Los andes venezolanos esconden muchas leyendas y sucesos extraños, en cada poblado a lo largo y ancho de la región andina se pueden escuchar muchas historias de mitos, espantos y leyendas, pero sin duda, la del diablo dentro del lienzo es la que más destaca por sobre todas las demás por la naturaleza tan extraña y siniestra que lleva en su aura, es así como su sola mención hace que muchos narradores veteranos se la piensen 2 veces antes de atreverse a contarla por miedo a toparse con el ente protagonista de esta leyenda.
Esta historia se remonta a los años 50’s, luego de finalizada la segunda guerra mundial, las secuelas económicas y sociales persistían en una gran cantidad de países que estuvieron involucrados en la guerra y para nadie era un secreto que Europa estaba en la ruina. Fue así como muchos migrantes europeos escaparon hacia Latinoamérica en busca de una mejor vida y un lugar tranquilo en donde poder vivir, entre estos migrantes se encontraba un pintor francés que no había tenido mucha suerte en su vida como artista. De nombre Jean Pierre – Leaumont, arriba a Caracas un 14 de junio de 1952, pero fue el pequeño pueblo merideño de Santo Domingo su destino final en donde se mudaría 3 años más tarde.
Aquel francés mantenía un contacto mínimo con los pobladores santo dominguenses, pues él no dominaba muy bien el español y se le dificultaba hacer un vínculo con algún pueblerino por cuestiones casi culturales, además de su personalidad introvertida y ataques de locura causados por trastornos productos del estrés vivido en la guerra, Pierre veía la soledad cómo una barrera contra la distracción y el tormento cotidiano. Su morada se hallaba ubicada encima de una colina a unos 50 – 60 minutos en caminata de Santo Domingo, esta era una pequeña cabaña hecha de piedras con un gran solar donde el francés trabajaba en sus obras.
Un día de septiembre, Jean Pierre dentro de su vivienda observa un gran lienzo por horas, lo había comprado hace un par de semanas en el mercado municipal de la ciudad de Mérida pero no sabía que ilustrar en él, la inspiración no le había tocado la puerta por días hasta el momento donde se le viene a la cabeza la idea de representar algo nuevo, él quería marcar un antes y después con su obra, quería hacer lo que otros artistas no habían hecho por temor y miedo, Jean Pierre en un ataque de locura decidió representar a Lucifer.
Al comenzar su representación artística, también comenzaron a suceder cosas extrañas en torno a la obra, dado que, durante las primeras fases se presentaba un sabotaje pues múltiples instrumentos de pintura como pinceles, acuarelas y óleos desaparecían y aparecían en lapsos de días o meses dando paso a ataques de furia y ansiedad para el francés. A él esto le parecía una broma de los jóvenes pueblerinos que aprovechándose de su vulnerabilidad en el idioma y falta de amistades podían molestarlo atacando un tema tan sagrado para él como lo es el arte de pintar.
Para Jean Pierre, la idea del sabotaje se le empezó a disipar de la mente luego de varias semanas cuando ya no eran sólo las desapariciones y reapariciones sus herramientas de trabajo sino también ruidos y voces extrañas a altas horas de la noche, en un principio él culpaba estos sucesos a sus ataques de locura. Al parecer todo se relacionaba de una simple manera: mientras más él avanzaba en la pintura, más cosas raras empezaban a surgir y Jean Pierre, no tardó en darse cuenta de esto.
Don Agustín da un pequeño respiro agregando un detalle importante a la historia:
– ¡Una vez yo conocí a ese señor!
El público de la plaza queda sorprendido, don Agustín decide tomar un poco de agua y prosigue:
-La primera vez que lo vi, él andaba comprando una botella de aguardiente junto con unas temperas y unos cigarros a donde Marta (Nombre de la dueña de la ferretería del pueblo) el francés era alto, callado pero soberbio y esto lo veía siempre en su vestimenta, el vestía muy elegante eso sí… Nada que ver con la apariencia que tenía la última vez que anduvo por Mucuchíes ¡Nooo señor! Ahora él estaba pálido, con muchas ojeras y muy, muy flaco y encorvado. Daba miedo el solo verlo ¡Dios bendito! Y eso fue como hace 60 años imagínense vale… Nunca más supimos de él.
El silencio reina por toda la plaza Bolívar, don Agustín mira el atardecer por varios segundos y continúa con la historia.
Se dice que, en una noche llena de niebla, un gran perro negro baja de los cerros hasta llegar a la vivienda de Jean Pierre, trae consigo una espesa niebla y su presencia hace que las luces de las velas se apaguen dejando a la neblina inundar la cabaña. En la oscuridad absoluta el can se asoma por la ventana despertando al francés quien, entre gritos y sollozos le devuelve la mirada. El perro sentado lo mira fijamente con unos ojos blancos resplandecientes muy brillantes al mismo tiempo que de manera creciente, se empiezan a escuchar voces que mutan en gritos y alaridos exclamando al unísono una sola cosa; Debes terminar el cuadro.
Durante varias semanas la presencia del “perro” se convierte en una visita rutinaria pero cada vez más siniestra para Jean Pierre. En todas las noches donde bajaba la neblina el can llegaba haciendo exactamente lo mismo: sentarse afuera de la cabaña y mirar al francés pintar en el lienzo. Mientras más se adelantaba en el cuadro, más detalles aparecían en la pintura, detalles que el mismo Jean Pierre notaba pero que recordaba no haber hecho, era como si alguien estuviera pintando junto a él. La locura no tardó en llegar a la mente del francés cuando en cada noche se empezaba a levantar angustiado, escuchando desde todos lados voces de aura tétrica y maligna proviniendo de su cuadro a altas horas de la madrugada.
-Matar a él.
-Termíname.
-Tanto pintar y no distraerse hacen al francés un aburrido.
-Maldito.
Eran las frases más recurrentes que él recordaba, no podía hacer nada al respecto, sabía muy bien que ese cuadro era su sentencia de muerte y aunque él quisiera dejarlo a la mitad o simplemente destruirlo por completo, no podía. Jean Pierre sabía que lo estaban viendo, lo estaban vigilando y si se molestaba en hacerle una mínima raya malintencionada al lienzo, las iba a pagar muy caro con algún ser extraño de malévolo carácter.
Las visiones y pesadillas pronto empezaron a reemplazar las voces y las sombras que presenciaba Jean Pierre, la situación se había vuelto un desafío aún mayor para la decadente cordura del pintor, sus sueños le mostraban muertes atroces, lugares hostiles y extraños con una sensación cada vez más abrumadora de una desgracia por venir luego de finalizado el cuadro.
Según cuenta don Agustín, una vez logró hablar por última vez con el francés, su aspecto era el de un muerto andante, Agustín comenta lo siguiente:
Cuando hablé con él la última vez, lo vi asustado y muy agresivo, me había costado mucho sacarle conversación ¿sabes? Da cosa ver a alguien así, entonces él me dijo, que andaba mal, muy mal porque había tenido una pesadilla la noche anterior ¡Dios Santísimo!
En ese momento, Gochín empieza a sollozar tenuemente mientras se acerca a don Agustín, el público se queda de nuevo en silencio y don Agustín, un poco nervioso prosigue…
-Me dijo que, en el mal sueño, se había despertado en su cabaña, y que esta andaba en candela, se estaba quemando junto con el techo de paja y sus pinceles y todos sus utensilios mientras estando inmóvil, él gritaba sintiendo su piel carbonizaba cayéndose a pedazos, pero el cuadro seguía intacto, había ahora algo ilustrado en el que lo miraba sonriente, aquella cosa empezó a salir de la superficie del lienzo de manera muy torpe, me lo describió como una bestia con las patas de un toro, cola de león, pecho de buey y cabeza de cerdo.
El pánico se apoderó de todo su cuerpo y lo único que hacía era gritar y sollozar mientras, veía cómo la bestia se desplazaba en dos patas hacia él. Lo último que recordó fue una visión de él mismo, estando inmóvil y mirando esta vez hacia su puerta y viendo cómo la bestia había salido del lienzo y ahora convertida en un doble de él mismo, salió de su cabaña para deambular por todo el páramo. Entendió en ese momento que ese sería el destino que le esperaba, como un choque, el último pensamiento que tuvo antes de petrificarse entre tela y óleos era que él jamás había ilustrado a un demonio, sin darse cuenta Pierre-Leamont había creado un portal para que este saliera.
Don Agustín para en seco en ese instante, sus manos le temblaban mientras qué, entre lágrimas y tartamudeando termina el relato comentando una última cosa:
-Cuando lo vi por última vez, un olor a descomposición impregnaba su aura, él me entrega entre varios paños algo en forma de una tabla y con una voz áspera y muy ronca me dice que no lo abra hasta llegar a la casa, que pasara lo que pasara no abriera el paquete hasta llegar a mi destino, me sonríe de manera extraña y desaparece caminando calle abajo. Al llegar a mi casa veo que esa tabla era en realidad un cuadro y dentro de este se veía de fondo una casa en llamas mientras en el medio se encontraba a un hombre agonizando, muy parecido al francés que me obsequió el cuadro el otro día.