El monumento al Cristo Redentor es una obra realizada por el escultor argentino Mateo Alonso que fue erigida en el paso de Uspallata, justo en la línea de la frontera argentina-chilena, así pues por iniciativa del monseñor Marcolino del Carmelo Benavente, obispo de San Juan de Cuyo, y de Ángela de Oliveira Cézar, hermana de Filiberto de Oliveira Cézar y cuñada de Eduardo Wilde, impulsora de la idea.
Inaugurado el 13 de marzo de 1904, sirvió para conmemorar la superación pacífica de un conflicto por las cuestiones de límites que había llevado a ambos países a estar al borde de la guerra.
Un fragmento del discurso del obispo de Ancud, Ramón Ángel Jara, dado durante ese día, resume pues la intención y el simbolismo del monumento: Se desplomarán primero estas montañas, antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada a los pies del Cristo Redentor.
Existe una réplica del monumento en el Palacio de la Paz en La Haya, donde sesiona la Corte Internacional de Justicia. La obra fue declarada Monumento Histórico Nacional y Patrimonio Cultural de la Nación por el gobierno argentino en 2003.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, Argentina y Chile, que en la actualidad comparten unos 4500 km de frontera, mantuvieron numerosas discusiones sobre cuáles debían ser los lugares de la cordillera de los Andes por donde debía pasar el límite entre los dos países.
Entre 1898 y 1904 ambas naciones incrementaron considerablemente sus armas: en Chile, que entonces gobernaba el presidente Federico Errázuriz, compraron un crucero, tres destructores y así dos acorazados británicos. En Argentina, donde el presidente era Julio Argentino Roca, la Armada unicamente adquirió así dos acorazados italianos.
Aunque ambos presidentes se habían reunido en febrero de 1899 para llegar a un acuerdo pacífico, en el inicio del siglo XX se difundieron en ambos países los rumores de una guerra. Se exageraban incidentes de poca importancia y la prensa alentaba el clima bélico.
El Papa León XIII, al iniciarse el siglo XX, dirigió una serie de cartas encíclicas rogando por un mundo de paz y armonía y reclamando una mayor devoción por el Cristo Redentor.
Teniendo en cuenta esta petición y preocupado por la posibilidad de un conflicto armado entre Argentina y Chile debido al litigio fronterizo de larga data, el dominico y obispo de San Juan de Cuyo, así monseñor Marcolino del Carmelo Benavente, prometió públicamente, en 1900, realizar una colecta para erigir pues una estatua al Cristo Redentor que recordara el mensaje de paz que Jesús había traído al mundo.
La forma que hemos determinado para manifestar la fe y la gratitud es erigir una estatua colosal en la cumbre de los Andes a Cristo Redentor.
Benavente consiguió el bronce de antiguos cañones y le encargó al escultor Mateo Alonso que realizara la estatua y la idea inicial del obispo era colocar la obra sobre el monte Panta, frente al Puente del Inca en Mendoza, Argentina.
Terminada la efigie, durante un tiempo quedó en exhibición en el patio del Colegio Lacordaire (que ocupaba en Buenos Aires la manzana de Esmeralda, Tucumán, Suipacha y Viamonte), así de la orden dominica: la solución diplomática del conflicto había quitado entusiasmo a la idea de instalarla en la Cordillera.
La idea era que el día de la inauguración coincidiera con los 25 años de Pontificado de León XIII, o sea, el 20 de febrero de 1903. Pero una serie de acontecimientos cambiarían la fecha y el destino de la escultura: el 15 de septiembre de 1899, el litigio por la Puna de Atacama quedó resuelto así en un encuentro entre Errázuriz y Julio Roca en el Estrecho de Magallanes, llamado «Abrazo del Estrecho».
Y el 28 de mayo de 1902, ambas repúblicas, en Santiago de Chile, llegaban por fin a una solución pacífica mediante los llamados Pactos de Mayo, o sea, se dejó en manos de la Corona británica decidir por dónde pasaría el límite.
La amistad entre ambos países comenzó entonces a consolidarse, y la prensa y la opinión pública pues contribuyeron ahora a un clima favorable y finalmente el laudo inglés se produjo el 20 de noviembre de 1902, con una solución que fue acatada por ambos países y que no se atenía ni a las pretensiones de la Argentina ni de Chile.
Mientras tanto, en el colegio donde se encontraba en exhibición el Cristo, solía reunirse la Asociación de Madres Cristianas, presidida por Ángela de Oliveira Cézar de Costa (1860-1940), nacida en Gualeguaychú (Entre Ríos), pero perteneciente a la aristocracia porteña, quien consideró que, dada la situación, seria una buena idea trasladar la estatua al límite mismo de ambos países, en lo más alto de la cordillera de los Andes, en caso de que firmaran la paz, como un símbolo de unión entre las dos naciones.
Ella había sufrido particularmente la posibilidad de un conflicto bélico, pues tenía un hermano general que había estado en la cordillera preparándose para lo que se había considerado una guerra inminente.
Después de presentar su propuesta al Obispo de San Juan de Cuyo, quien la aceptó de buen grado, así buscó convencer a las autoridades de ambos países.
Gracias a sus influencias (era amiga del presidente argentino Julio Argentino Roca) logró que éste visitara el colegio para ver la estatua en una ceremonia a la que también asistió una delegación chilena, y fue así como convenció a los gobiernos de Argentina y Chile de su proyecto, o sea, se fijó el día de inauguración el 13 de marzo de 1904.
Ángela comenzó entonces a movilizarse para obtener apoyo y recursos por suscripción pública; y junto con el obispo Benavente gestionó el traslado de la figura a la provincia de Mendoza para ser emplazada en el paso de la Cumbre del Bermejo.
Por este paso, en 1817, cruzó hacia Chile, de acuerdo con las órdenes del general José de San Martín, parte del Ejército de los Andes al mando del general Juan Gregorio de Las Heras, con el objetivo de acabar con la dominación española y la reinstauración del gobierno independentista en Chile.
El Cristo mide casi 7 metros de altura y pesa 4 toneladas pues su pedestal fue proyectado por el ingeniero mendocino Juan Molina Civit a partir de un bosquejo del escultor y la altura del pedestal era de 6 metros, construido de hormigón y acero laminado para poder soportar los fuertes vientos de la cordillera.
En el pedestal hay un altorrelieve en el que se aprecian dos damas con túnicas, que se abrazan y además representan la unión de los dos pueblos. Para hacerlas, Alonso se había inspirado pues en los retratos de la primera dama de Chile, María Errázuriz Echaurren de Riesco, y de Ángela de Oliveira Cézar.
En 1904 las piezas de bronce del Cristo se transportaron 1320 km por tren desde Buenos Aires hasta cerca del pequeño poblado argentino de Las Cuevas (a 8,5 km del sitio de emplazamiento) y luego se las subió a lomo de mula hasta la cumbre andina, a 3854 metros.
El 15 de febrero de 1904 quedó terminado el pedestal de granito diseñado por Civit, siendo dirigida la obra por el ingeniero Conti, trabajando unos cien obreros para su construcción donde el escultor Mateo Alonso dirigió los trabajos de montaje de las piezas que forman el Cristo.
La figura de Jesús se colocó de manera que mirara siguiendo la línea del límite, en pie sobre la mitad de un globo terráqueo donde con la mano izquierda sostiene la cruz, de 7 metros de altura, apoyada sobre el hemisferio terrestre, y con la derecha parece impartir la bendición.
El día anterior a la inauguración, las fuerzas argentinas que participarían en el acto se concentraron en Las Cuevas pues estaban compuestas por el Regimiento I de Artillería de Montaña, una compañía del 2° de Cazadores de los Andes y la Banda 10 de música de la Infantería de Buenos Aires.
En el balneario termal del Puente del Inca, sobre el río Las Cuevas, el hotel se hallaba completo y había además unas 200 personas en el exterior, en carpas.
En la mañana del 13 de marzo de 1904, pese a lo inhóspito del lugar, llegaron hasta Las Cuevas, por tren, tanto la comitiva argentina como la gente que quería presenciar el acto.
Iban corresponsales de distintos diarios, y además las empresas de telégrafo Pacífico, Europea, Centro y Sud América instalaron en carpas sus oficinas, junto a gran cantidad de fotógrafos, o sea, se calcula que presenciaron el acontecimiento unas 3.000 personas.
Una vez en Las Cuevas, las tropas y los demás ascendieron penosamente en lomo de mula hasta el sitio donde el Cristo se hallaba listo para la inauguración.
A las 9 habían llegado a la cumbre, y una hora después llegaron las tropas chilenas. Las tropas argentinas se colocaron del lado chileno frente al Cristo y entonaron el Himno Nacional chileno; a la inversa, las tropas chilenas se colocaron del lado argentino para ejecutar el Himno Nacional de su vecino.
Hecho esto, los ejércitos de ambos países, dispararon pacíficamente juntos las 21 salvas de reglamento y entonces la gente estalló en aplausos y aclamaciones, vivándose con igual entusiasmo por ambos todos a Chile, a la Argentina, a la paz y a los presidentes, de ambos países: el General argentino Julio Argentino Roca y el chileno Germán Riesco, quienes no pudieron concurrir al homenaje pero lo hicieron en su lugar los ministros de Relaciones Exteriores, Raimundo Silva Cruz, por Chile, y José Antonio Terry, por la parte Argentina.
También estuvieron presentes el arzobispo de Buenos Aires, Mariano Antonio Espinoza, los obispos Monseñor Benavente de San Juan de Cuyo (Argentina) y Monseñor Ramón Ángel Jara de San Carlos de Ancud (Chile).
Se corrió entonces el velo que tapaba al Cristo y se lanzaron 21 nuevas salvas y en la pomposa ceremonia, se colocaron en su pedestal dos placas: una del Círculo de Obreros Católicos de Chile y otra que se fundió en los talleres del Arsenal de Guerra de Argentina, que fue también una obra de Mateo Alonso.
Esta placa muestra un libro abierto en la cual dos damas con vestimenta griega, simbolizando a Chile y a Argentina, se estrechan en un abrazo y además una inscripción en latín dice: Ipse est pax nostra qui facit utraque unum (Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno).
Después de varios discursos, se ofició una misa, y el obispo Jara pronunció la frase que numerosas veces sería recordada:
Y cuando las futuras generaciones suban por estos desfiladeros, conducidos por brazos del vapor, no encontrarán, como en las Termópilas, escrito con sangre en las desnudas piedras, aquel testamento de los heroicos espartanos: «Aquí rendimos la vida por defender las patrias leyes«. Antes bien, llegarán a esta cumbre, y en el bronce de este glorioso monumento verán grabada con caracteres de fuego una leyenda sublime: «Se desplomarán primero estas montañas, antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada a los pies del Cristo Redentor«.
Monseñor Ramón Ángel Jara, Obispo de San Carlos de Ancud, 13 de marzo de 1904.
Hubo un banquete y se repartieron postales y medallas recordativas pues en el anverso de las mismas se había grabado la frase de Paul Groussac: Servabo pacem in finibus vestris (Conservaré la paz en vuestras fronteras).
La retirada se realizó a las 13 horas, momento en que comenzó a soplar un fuerte viento, lo que casi hace provocar una tragedia cuando el coche que conducía al ministro chileno y al gobernador de la provincia de Mendoza casi cae en un precipicio.