Tacones

Una inesperada lluvia azota la ciudad mientras corro a la estación de tren, son las 22:45 de un viernes por la noche y ruego por alcanzar la última corrida del día, de lo contrario tendré que pagar una exagerada cantidad de dinero por tomar un taxi.
Estoy a un par de metros de la estación subterránea y respiro con tranquilidad al percatarme que no la han cerrado aún; eso indica que el último tren no ha pasado por esa estación. Bajo casi corriendo los escalones, imaginando que por casualidades de la vida, llego justo cuando el tren cierra sus puertas pero no es así. El andén se encuentra desierto, ni siquiera diviso al guardia de seguridad que debería estar por aquí, pero es más mi apuro por que llegue el tren que lo olvido rápidamente.
¡Ah!, lo había olvidado, el motivo de que esté a estas horas en un andén solitario se debe a una reunión de amigos después del trabajo. Debo confesar que el alcohol ingerido hace estragos en mi cuerpo, me siento acalorado y levemente mareado debido a la carrera por bajar los escalones, tengo algo de sueño. La estación está poco iluminada, siento como poco a poco se cierran mis ojos cuando de repente, escucho unos pasos, el inconfundible sonido de alguien que usa tacones que generan un eco en el solitario andén.
De pronto los pasos cesan, por lo que imagino que ya no estaré solo en este lugar. No obstante, al abrir mis ojos noto con sorpresa y algo de temor que todo se encuentra igual de solitario y mal iluminado.
Han pasado 10 minutos desde que llegue a la estación, el reloj de mi muñeca indica que son las 22:55 y que si en 5 minutos el tren no llega tendré que pedir un taxi. El silencio es casi total, no escucho más allá de mi respiración y el ligero palpitar de mi corazón. Para matar el tiempo comienzo a caminar de un lado a otro del andén, no doy más de quince pasos y regreso; mientras lo hago me debato entre salir y buscar el taxi o seguir esperando. Tan ensimismado me encuentro que tardo unos segundos en escuchar de nuevo esos pasos, esos tacones.
Detengo en seco mi andar y giro la cabeza en todas direcciones, intentando divisar a la dueña o dueño, ya no estoy seguro, de esos pasos. Comienzo a hiperventilar, mi corazón retumba en mis oídos pues todo sigue igual de solo, no hay nadie aquí. Giro sobre mí mismo y caminó rumbo a las escaleras, no planeo esperar y ver si todo es una broma o no.
Cuando subo el primer escalón, escucho con horror como esos tacones están arriba, bajando las escaleras. Levanto la mirada, temeroso por lo que pueda encontrarme pero la oscuridad es casi total, no me deja ver más allá de seis o siete escalones desde donde estoy. Los tacones cada vez suenan más cerca cuando oigo algo que me da esperanza: es el sonido inconfundible del tren, el último tren que está próximo a llegar.
Me vuelvo desesperadamente y no avanzo más de un par de pasos, cuando con terror, oigo que los tacones también están sonando más deprisa, casi como si corrieran hacia mí. Eche a correr horrorizado, sin querer voltear a ver que es lo que me persigue.
A cinco metros de mí el tren está llegando. Con un último esfuerzo, logro entrar segundos antes de que se cierre la puerta, hay una pareja que me ven, entre sorprendida y asustada por mi llegada.
Intento calmarme y me siento en el primer lugar que encuentro mientras regulo mi respiración. Estoy a salvo, aunque algo llama mi atención: acomodados justo a un lado de la puerta por la que entre, hay unos tacones rojos. Cubro mi boca e intento no desmayarme de la impresión.
Justo cuando el tren entra a un túnel y la oscuridad se hace total, la veo. Ahí, en la ventana. Es o parece ser una mujer de tez pálida, largo y alborotado cabello negro y un cuerpo alto y extremadamente delgado. Me mira fijamente con dos cuencas vacías en donde deberían estar sus ojos, una sonrisa carente de toda emoción adorna su rostro. Con su mano me hace una señal de saludo pero lo que más me alarma, es lo que leo de sus labios antes de que el tren salga del subterráneo y ella desaparezca.
Sus labios dicen “te veré pronto”.

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