¿Quien me iba a decir a mi hace cuatro años que un articulo que redacte sin grandes expectativas se convertiría en uno de los que mas acogida y cariño le daríais vosotros, queridos lectores? Como veis, el propio articulo de Serendipias se convirtió en una él mismo. Y a modo de homenaje (mas a vosotros que al propio articulo), que mejor que escribir una nueva remesa de Serendipias en la historia.
Y es que si hay algo que sobra en la historia de la humanidad es suerte a la hora de inventar algo y que, muchas veces, los mejores objetos y sobre todo los mas prácticos, aparecieron de repente ante los ojos de alguien que buscaba otros resultados.
Tomemos como ejemplo al Dr. John Pemberton, un doctor estadounidense que lucho como muchos de sus compatriotas en la guerra civil, sufriendo una terrible herida y por la cual se volvió adicto a la morfina. Tras volver a su profesión en la posguerra (era farmacéutico), se dedico en cuerpo y alma a desarrollar un elixir que le ayudase a combatir tal adicción (y si era posible erradicarla, mejor que mejor).
Llego a su conocimiento el uso que hacían los indígenas de Perú y Bolivia de la planta de coca, cuyas hojas habían masticado por generaciones por sus beneficiosos efectos. Usando como base esta hierba y tras cierto tiempo encerrado en su laboratorio en busca de la bebida perfecta, creo una medicina con efectos estimulantes, digestivos y hasta afrodisíaco. Nació la Coca Wine (también conocida como French Wine Coca).
Pero como siempre pasa, cuando tienes algún producto que triunfa, llega algún tipo de contratiempo. Para Pemberton fue la Ley Seca estadounidense. Por lo tanto, tuvo que modificar la formula de su invención para esquivar dicha ley. Lo consiguió sustituyendo el alcohol por jarabe de azúcar y por nueces de cola (que resultaban ser estimulantes). Tras estar años comercializando esta bebida, en 1887 registro por fin la marca, junto a su socio Frank Robinson. Nació la Coca-Cola.
Desgraciadamente, en sus numerosos experimentos de laboratorio, Pemberton desarrollo también una adicción a la cocaína que, tras vender su parte del negocio a Robinson para pagarse sus vicios, le costaría la vida sin llegar a imaginarse el multimillonario negocio que acababa de crear.
Cambiando de tercio (y de siglo), vamos con otro invento que se encuentra prácticamente en todas las cocinas en la actualidad. Me refiero al horno microondas. Al estar en este articulo es obvio que su invención se produjo por casualidad pero, ¿como fue?.
En 1945, Percy Spencer se encontraba trabajando para mejorar el funcionamiento del Radar de la empresa Raytheon. Para ello en su laboratorio se encontraba rodeado de magnetrones, que son unos dispositivos que el radar utiliza para medir distancia, altitud, dirección y velocidad. Su propiedad mas característica es la de convertir la energía eléctrica en microondas electromagnéticas.
Sucedió que un día el señor Spencer noto que algo raro le estaba pasando en un bolsillo. Al meter la mano se dio cuenta que la barrita de chocolate que llevaba en él se estaba derritiendo por el hecho de estar cerca de uno de los magnetrones. Olvidando toda investigación que estaba haciendo se centro en ese curioso efecto y se puso manos a la obra haciendo experimentos relacionados. Coloco cerca del magnetron una sarten con un huevo y un recipiente con granos de maíz. Tras un rato comprobó como el huevo estaba perfectamente cocinado y que los granos habían reventado, formando la capa blanca tan característica de las palomitas de maíz (Por lo tanto, también fue el primero en probar las palomitas de microondas, jeje).
Y ahora, volvamos de nuevo al pasado (bueno, todos los inventos están enmarcados en el pasado pero… ya me entendéis…) para una serendipia doble. Y es que a veces las casualidades van encadenadas.
Corría el año 1670 en Hamburgo. La gente se dedicaba al noble arte de la Alquimia (siempre me ha gustado este termino). El señor Hennig Brandt estaba buscando algún modo de transformar los metales no nobles en plata. Para este fin empleaba orina humana (le costo años recopilarla… tuvo que ser un trabajo sucio…). Esta orina, tras dejarla reposar dos semanas, la sometía a altas temperaturas hasta punto de ebullición y retirándole el agua. Al mezclarlo con arena y volverlo a calentar, de dicho vapor al enfriarse se formo un compuesto solido blancuzco. La sorpresa vino cuando comprobó que ese compuesto brillaba en la oscuridad. Este residuo fue bautizado como Fósforo o «portador de luz» (en griego). Mas adelante se sustituiría la orina por huesos calcinados.
Pero esta serendipia no acabaría aquí. A lo largo de los años, el fósforo se uso también como material combustible. En 1826 John Walker (nada que ver con la bebida Johnnie Walker, al menos que yo sepa…), farmacéutico de profesión, estaba en la trastienda de su negocio tratando de crear un nuevo explosivo (si, en aquellas épocas los farmacéuticos hacían de todo…). Para ello, removía con un palito una mezcla de compuestos, en la que el fósforo se encontraba presente. Se dio cuenta que se formaba una especie de lagrima en su extremo y tratando quitarla, la froto contra el suelo. Su sorpresa fue mayúscula cuando el palo se prendió y se mantuvo encendido. Habia nacido la cerilla.
Otro de los inventos venidos de repente fue sin duda el que os comentare a continuación. Sin duda uno de los que mejor premio se llevo, ya que su inventor, Wilhelm Conrad Röntgen obtuvo el primer premio Nobel de Física de la historia.
Fue en 1895. Wilheim se encontraba estudiando las teorías de físicos anteriores a él (Lenard, Crooks, Hertz…) de los fenómenos producidos por hacer pasar descargas eléctricas por un tubo de vidrio provisto de dos electrodos (tubos catodicos los llaman). Para ello, recubrió el tubo con un cartón negro. Cerca del experimento tenia un cartón que estaba recubierto de una sustancia fluorescente (platino-cianuro de bario, por si tenéis curiosidad…) y, con cada descarga eléctrica, comprobó que se iluminaba.
Por supuesto, esto le hizo incluir en su experimento dicha lamina, con la que realizo varias pruebas. Llego a la conclusión de que se trataba de una radiación, invisible al ojo humano y con gran poder penetrante. Continuaron las pruebas durante semanas, y fue entonces cuando llego el verdadero descubrimiento. Al cambiar la cartulina fluorescente por una placa fotográfica para tratar de capturar la emisión, comprobó que se había velado.
Esto abrió nuevas vías en su investigación, ya que vio como esos rayos influían en la emulsión fotográfica. Tras varias pruebas comprobó que dichos rayos atravesaban la materia orgánica e impresionaban en el papel fotográfico su forma. Cuando decidió probar con el cuerpo humano, le pidió a su esposa (¡anda que probo él primero!) que expusiera su mano a los rayos colocandola sobre la placa para ver el resultado. Dicho resultado fue la primera radiografía del cuerpo humano (con el anillo de la susodicha incluido).
Röntgen decidió llamar a su descubrimiento «Rayos incógnita» o como comúnmente se llamarían a partir de entonces: Rayos X. Como ya os he comentado anteriormente, esto le valió para ganar en 1902 el primer Nobel de Física.
Y es que si hay un campo en el que estos descubrimientos por sorpresa es especialmente habitual es en la medicina. Si no, que le pregunten al ingeniero Wilson Greatbatch. Su objetivo era desarrollar una maquina que fuera capaz de registrar los latidos del corazón humano. Curiosamente, eligió mal los componentes de la maquina y, en vez de conseguir algo que midiera el ritmo cardíaco, consiguió un producto que emitía dicho ritmo cardíaco.
Tras hablar con antiguos colegas mas enfocados al mundo de la medicina le explicaron que en el fondo, el corazón funcionaba como un pequeño motor cuyo combustible eran pequeños impulsos eléctricos iguales a los que generaba su aparato. A partir de ahí, fue un pequeño paso lo que le llevo a modificar su «medidor fracasado» en el primer marcapasos de la historia.
Pero si hay algo que reconocer visto los inventos anteriores es que han marcado un antes y un después en sus respectivos campos. Algo parecido paso con el invento de Roy J. Plunkett. Algo que esta presente en todas las cocinas del mundo y que fue, nuevamente, descubierto por pura casualidad. El Sr. Plunkett era químico y trabajaba para la General Motors (mas concretamente la DuPont, que después se convertiría en la GMC). Su objetivo en ese 1938 era la creación de un nuevo refrigerante para los motores. Para ello necesitaba crear TFE (TetraFluoroEtileno) y realizar ciertas pruebas con él. Para ello, lo metió en cilindros refrigerados con CO2 solido (también conocido como hielo seco). Al tratar de vaporizarlo junto con su ayudante Jack Rebok (tampoco tiene que ver con la marca deportiva… que yo sepa… ademas, ¡le falta una «o»!), encontraron ciertos problemas en la producción. Al mirar dentro de los cilindros, encontraron que se había formado una sustancia blanca muy similar a la cera y extremadamente resbalosa. Plunkett entendió que el TFE se había polimerizado dando origen al PTFE (politetrafluoroetileno). Tras ciertas pruebas comprobaron que no reaccionaba con ningún disolvente, ácido o base. De hecho, no sabían que hacer con él. Aun así, al seguir trabajando el polímero descubrieron algunas características y propiedades muy interesantes: era super deslizante, impermeable e inerte, como he mencionado antes, a casi todas las sustancias químicas.
Por suerte para ellos, ya que su fabricación era cara, la empresa Kinetic Chemicals se intereso por la nueva sustancia polimerizada que habían descubierto y la patentaron en 1941 registrandola como la marca «Teflon». Pese a la cantidad de usos que se le ha dado a lo largo de la historia, sin duda, el mas apreciado ha sido por el uso que se le da hoy en día en sartenes y similares.
Como veis, han sido infinidad de casos (y aun quedan mas por mencionar) en los que el destino ha jugado en favor de la humanidad para poner en nuestras manos invenciones que han hecho mas fácil nuestra vida o, en algunos casos, han salvado directamente muchas vidas. Por eso no me cansare de decirlo: Estad atentos. Cualquier giro en el guion de vuestra vida os puede conducir a una Serendipia.