REENCARNACIÓN.

Jamás conocí a mis padres y a estas alturas, ya ni me interesa. Crecí en un orfanato, siendo víctima de innumerables malos tratos y abusos, por parte de mis compañeros como de mis tutores.

Soñaba cada noche entre lágrimas con tener una familia, un esposo amable que me protegiera e hijos, a quienes poder proteger. De niña jamás supe lo que era una palabra de cariño o una caricia de amor, solo las asquerosas manos que me tocaban de forma inapropiada. Vivía en el infierno.

A los quince años conocí a Leonel, él hijo del señor que llevaba las verduras al orfanato. Acompañaba a su padre y se notaba que era muy trabajador. De él fue la primera vez que recibí un cumplido y una palabra de cariño. Me sentí bien.

Lo esperaba cada martes que llegara con el pedido y así nos fuimos enamorando. Al cumplir los dieciocho ya podía salir del orfanato, Leonel vino por mi con un ramo de rosas y me recibió con mi primer beso de amor. Por fin era libre de ese infierno.

A las semanas nos casamos y nos fuimos a vivir a un terreno que había comprado con mucho esfuerzo, solo tenían una pequeña pieza construida, por lo que poco a poco con esfuerzo de ambos logramos construir nuestra hermosa casa.

A los dos años llegó nuestro único hijo, debido a los constantes abusos recibidos en el orfanato desde niña, tuve problemas para embarazarme, pero aún así lo conseguí.

Oliver nació a los siete meses por lo cual era algo débil, desde ese momento me dedique cien por ciento a él, dejando de lado a Leonel, y enfocándome solamente a ser madre olvidándome de ser mujer.

Mi vida entera era Oliver, me había dedicando tanto a él, que no me hubiese importado si Leonel se hubiera buscado una amante, de echo muchas veces lo hubiese preferido para que dejara de buscarme en las noches.

Mi hijo era mi orgullo, creció y se convirtió en un destacado abogado, sentía que todo mi esfuerzo había dado frutos. Me sentía tan dichosa hasta que llegó Ignacia.

Era una mujer prepotente y arrogante, y no lo digo con celos de madre, pero ella no se merecía a Oliver, pero tuve que aceptar su matrimonio.

Al poco tiempo falleció Leonel, una tristeza enorme invadió mi corazón se había ido mi fiel compañero y con él mi tranquilidad. Al fallecer me dejó un testamento la totalidad de los bienes los cuales solo consistían en nuestra casa y un antiguo vehículo.

Ignacia estaba indignada y me reclamo que Oliver se merecía la mitad de los bienes, amenazándome que si no se los entregaba jamás volvería a ver a mi hijo. Y así fue.

Le dijo que tenía una grave enfermedad que sólo un tratamiento en una gran ciudad en donde hubieran buenos médicos se podría recuperar, así se alejaron de mi y jamás los volví a ver.
Le escribía cartas a diario, sin ninguna respuesta, cuando mis cansados y viejos ojos ya no podían ver, le pedía a una de las cuidadoras de una casa de reposo que le escribiera las cartas que yo no podía.

Mis últimos días fueron tristes, terminé de la misma forma que comencé mi vida, SOLA, rodeada de extraños y todo mi esfuerzo por mantener una familia quedó en nada.

Cuando llego mi momento de partir, no sufrí, me fui con el recuerdo del nacimiento de mi hijo y al final de ese túnel, cuando llegue a la luz me estaba esperando mi amado Leonel.
Me arroje a sus brazos y le pedí perdón por no dedicarle el tiempo que se merecía. Él no dijo nada solo sonrió y volví a sentir su amor. Entendí que me había perdonado.

Llegó mi momento de trascender pero había algo incluso que me tenía inquieta, mi hijo. Le hablé a Leonel que no quería irme con él y que nuevamente debía optar por mi hijo, él nuevamente entendió y me dejó partir.

Solo se me concedieron doce años más, en ese tiempo debía cumplir con mi tema inconcluso. Volví nuevamente a la vida, pero ya no en mi viejo cuerpo, ahora era un bebé a punto a nacer.

Llegué a la familia de Oliver nuevamente pero ya no como su madre, ahora era su hija. Crecí al lado de Oliver el cual era un padre muy amoroso y preocupado de mi. En cuanto a Ignacia, fue siempre fría y distante, tal vez sentía quien era yo, pero a mi no me importaba.

Un día al volver del colegio, llegué a casa y no había nadie, por curiosidad revise las cosas de Ignacia que tenia ocultas en una caja en el sótano.
Ahí estaban todas las cartas sin abrir que le había enviado a Oliver más una de la enfermera en la cual daba aviso de mi muerte, junto a otras dirijidas a ella las cuales habían sido enviadas por su amante.

Desde ese momento creció aún más mi odio hacia ella, engañaba a mi hijo y además había ocultado todas mis cartas. Le hice la vida imposible, la trataba mal y eso la hacía sufrir después de todo era su hija la que la despreciaba, ahora ella sentía lo mismo que sentí yo como madre.

En una ocasión la humille tanto al punto de hacerle perder la paciencia y me golpeó duramente. Ahí tome la decisión de hablar con Oliver y contarle todo.

Cuando llegó a casa le pregunté por mi abuela, a lo que me contestó que no quería saber nada de ella y mostró una carta en la que decía que ya no quería volver a verlo, que con su llegada había arruinado mi vida, que nunca había querido tener un hijo y nunca había amado a su padre, que con su muerte se había liberado y que desde ese momento se olvidaría que tenía un hijo.
No lo podía creer mi hijo me odiaba por culpa de una mentira de esa mujer.
Le dije padre eso no es lo que sucedió, mi madre te ha engañado toda tu vida, y le entregué las cartas.

El las leyó en silencio, mojando cada carta con sus lágrimas, hasta que llegó a la última en la que anunciaban mi muerte. Oliver tomó las cartas y en un ataque de ira destruyó las cosas que habían en la sala. Lloraba y gritaba de impotencia, lo abrace y le dije que se calmara que estaba todo bien y que su madre no le guardaba rencor. Lloro en mis brazos como tantas veces lo hizo cuando niño.

En ese momento, llega Ignacia y al ver lo que ocurría no contuvo su rabia, fue a la cocina y sacó un cuchillo el cual clavo en mi corazón sin que Oliver pudiera evitarlo, nuevamente había terminado mi vida, pero esta vez no me iba sola. Pude despedirme de mi hijo el cual me tenia en sus brazos, le dije que no estuviera triste, que se liberará pues yo era su madre que había vuelto para abrirle los ojos y que ya había cumplido con mi misión y era mi momento de dejarlo vivir su vida, y el momento en que yo debía partir al lado de su padre.

Vi por su mirada que me había entendido bien y me dejó partir. Al llegar nuevamente a esa luz, estaba Leonel esperándome como siempre. Le dije que ya estaba lista para quedarme a su lado, Leonel el amor de mi vida, siempre compresivo me recibió con tanto amor, con ese amor que estará con nosotros por toda la eternidad. Ahora de vez en cuando visito a Oliver, pude ver que Ignacia terminó en la cárcel por parricidio, le dieron cadena perpetua.

En cuanto a mi hijo, encontró una buena mujer que me dio dos hermosos nietos. Tiene una buena vida se ve que está en paz.

Cada vez que podemos,Leonel y yo nos presentamos en sus sueños para darle un abrazo así como también lo hacemos con nuestros nietos a los que les cuentos historias de fantasía, ellos ya nos reconocen como sus abuelitos, lo sé por los dibujos que nos han hecho y que tienen pegado a la pared de su habitación.

A pesar que ya no estoy en vida conseguí cumplir mi sueño de tener una familia, ahora descanso en paz junto a mi Leonel.

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