Leyenda de Juan del Jarro

Leyenda de Juan del Jarro

Juan del Jarro fue uno de los personajes más queridos de San Luis Potosí mientras vivió y llamado así por el jarro de terracota que siempre lo acompañaba, Juan de Dios Azios Ramírez era un pordiosero que así dedicaba las ganancias de sus limosnas a gente necesitada, incluyendo ancianos y otros que estaban en su misma situación.

Cierto día del mes de enero, cuando en San Luis Potosí hacía un frío intenso, Juan del Jarro llegó hasta la casa de un humilde trabajador, quien al verlo se alegró y le dijo con júbilo:

— ¡Qué te traes por aquí! Pasa a esta tu humilde casa pues como yo, tú también debes tener mucho frío, y no se siente tanto aquí adentro; el fuego está encendido y tengo algo de comer que puedo compartirlo contigo.

Juan aceptó la invitación de Anacleto Elizalde y comió con él y su familia compuesta por la esposa y sus dos hijos pues cuando terminaron de comer, dijo Juan:

—Cleto, vengo a que me ayudes con algún dinero para que remedie en parte las necesidades de tanto pobre del barrio del Montecillo; aunque donde quiera hay pobres, parece que allí ha sentado sus reales la pobreza.

—Te vienes a burlar de mí o estás de muy buen humor y me quieres hacer reír, aunque ninguna gracia tiene que me pidas ayuda económica conociendo mi extrema pobreza; estoy tan miserable como tus pobres del Montecillo, aun cuando ahora fue buen día porque tuve comida qué compartir contigo.

— Lo sé, pero dentro de muy pocos días serás más rico que tu patrón, que hoy te tiene trabajando como barrendero, y conste que él tiene la mejor tienda del barrio, además de algunas casas que renta.

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—¿Y cómo será que voy a tener tanto dinero?
— No sé la manera, pero tú serás muy rico; para entonces prométeme que me ayudarás.

—Si es como dices, te prometo que te daré la mitad de la gran fortuna que me anuncias.
—No prometas lo que no podrás cumplir, pero sí te pido que me ayudes para mis pobres.
—Te lo prometo Juan, pero te aseguro que me vas a tener sin poder dormir muchos días, pues no veo por qué tendré ese dinero del que me hablas.

Anacleto Elizalde era hijo natural de un hombre muy rico, propietario de una gran hacienda en San Luis Potosí, quien antes de morir había dejado un legado consistente en muchos miles de pesos en oro; dicho hacendado dio la orden de que se buscara a su hijo a quien jamás había vuelto a ver desde que la madre, en un tiempo sirvienta de la casa, había desaparecido con el fruto de su romance.

Ya muerto el hacendado, su fiel administrador comisionó a uno de sus confianzas para localizar al hijo de su patrón, a quien una vez identificado como Anacleto Elizalde, le fue entregada la cuantiosa herencia.

Al buen Juan del Jarro lo asediaban las damas casaderas para hacerle preguntas acerca de su futuro; una vez una bella y distinguida muchacha de la aristocracia potosina preguntó al vidente:

—Quiero que me digas si voy a ser casada o me voy a quedar para vestir santos.

—No, bella señora; tú no te quedarás para vestir santos, si con eso te refieres a quedarte soltera toda la vida; tú te casarás, pero aún casada, muchos santos vestirás; mas ten por seguro que tu marido no será el padre del hijo que ya llevas en tu vientre.

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Como la pregunta había sido hecha en presencia de numerosas amistades, ya se comprenderá la molestia que causó a toda la concurrencia lo dicho, a grado tal que por algunos años la dama linajuda abandonó la ciudad a la cual regresó, ciertamente casada y con un hijo que no era de su marido.

Pasando el tiempo, el hijo de la dama, ya viuda, se ordenó sacerdote y ella estuvo encargada entonces del guardarropa de la Parroquia del pueblo al cual fue enviado el sacerdote por el Obispo de la Diócesis para el desempeño de su ministerio y ella, confeccionaba los vestidos de los santos.

En aquellos remotos tiempos, el agua llegaba a la ciudad mediante un estrecho acueducto que iba de un bello paraje a unos ocho kilómetros llamado “La Cañada del Lobo”, donde brota un manantial que forma poco más abajo una pequeña laguna azul.

Después de una sequía de varios años, el ganado habíase diezmado y la gente apenas tenía para beber y entonces Juan del Jarro pronosticó que San Luis acabaría inundándose y los incrédulos se rieron.

Sucede que mucho tiempo después, fue construida la “Presa de San José”, pero en una temporada de lluvias septembrinas, la represa no pudo contener la avalancha de agua y ocurrió el trágico suceso:

Al sonar las once campanadas de la noche del 15 de septiembre del año de 1933, en los momentos en que el Gobernador daba el tradicional Grito de Independencia, la inundación sorprendió a los habitantes del barrio de Santiago, pues la mayoría estaban dormidos.

La represa reventó arrasando el poblado, fueron cientos los muertos entre mujeres, hombres y niños así el luto y desolación embargó a Santiago y a toda la ciudad.

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¡Sería en esa ocasión cuando se cumplió la profecía!

La pintoresca figura del célebre personaje de los tiempos de la Colonia, es parte de la historia potosina y son famosos los vaticinios que profetizó durante su vida beatífica y piadosa, o sea, el superdotado de las virtudes que sólo les son dadas a los predestinados.

Juan del Jarro falleció el 8 de noviembre de 1859, a los 66 años y el día de su funeral asistieron personas de todas las clases sociales a rendirle homenaje y dedicarle cánticos y rezos.

Se cuenta que al cuarto día después de su entierro, hubo así quien vio salir varios escarabajos negros del panteón, que rodearon una bola de arcilla en el desierto.

En el jardín Guerrero, frente a avenida Universidad, se encuentra la escultura del señor Juan de Dios Azios Ramírez, mejor conocido como Juan del Jarro, o sea, un misterioso hombre que en una ocasión resulta así que caminó por las calles de San Luis encantando a todas las personas con su extravagante personalidad.

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