La señal extraterrestre más intensa

¿Hay alguien ahí afuera? Es la pregunta que muchos se hacen mirando al espacio exterior. Ayer se cumplieron 30 años desde que fuera captada «Wow!», como se bautizó a la señal de radio más intensa que se haya registrado nunca en la historia de la búsqueda de civilizaciones extraterrestres.

Arquímedes gritó «¡Eureka!» (¡lo encontré!); Galileo Galilei exclamó «Y, sin embargo, se mueve»; el vigía de la carabela La Pinta, Rodrigo de Triana, aulló aquella noche del 11 de octubre de 1492 «¡Tierra, tierra!»…

El «Wow»

El 15 de agosto de 1977, a las 23.16, el radiotelescopio Big Ear, de la Universidad de Ohio, recibió una señal de radio de origen desconocido durante exactamente 72 segundos, proveniente de la zona oeste de la constelación de Sagitario y alcanzando una intensidad 30 veces superior al ruido de fondo. De acuerdo al protocolo utilizado, esta señal no fue grabada, sino que fue registrada por la computadora del observatorio en una sección de papel continuo diseñada para tal efecto. Unos días después, un joven profesor universitario llamado Jerry Ehman, que estaba trabajando como voluntario en el proyecto SETI de búsqueda de inteligencia extraterrestre, descubrió atónito en una revisión rutinaria la señal anómala más intensa que se hubiera detectado hasta entonces por un radiotelescopio… Con un bolígrafo, garabateó al lado una única palabra, «Wow!», algo así como ¡vaya! o ¡guau! Ayer se cumplieron treinta años de aquella señal llegada del espacio exterior y que sigue siendo uno de los trece enigmas, según la revista «New Scientist», que la ciencia no ha podido aún desentrañar.

Parece el arranque de un capítulo de la serie «Más allá del límite» o la presentación de uno de los programas que, con nocturnidad y alevosía, protagoniza Iker Jiménez. Pero no. A día de hoy, unas cinco millones de personas en todo el mundo colaboran de manera desinteresada con el proyecto SETI Institute, con sede en la Universidad de Berkley (California, EEUU) y que desde hace décadas rastrea el cielo en busca de un mensaje que nos revele no que haya vida más allá de la Tierra, sino vida inteligente.

Sin embargo, como afirma Guillermo Lemarchand, en su día director del proyecto SETI, «hasta ahora exploramos una pequeñísima franja de ese pajar cósmico». Si tenemos en cuenta que descubrir una señal extraterrestre es casi como encontrar una aguja en un pajar de un tamaño equivalente a 35 planetas Tierra, huelga decir que los algo más de cuarenta años de búsqueda que se acumulan no son nada si hablamos a escala cósmica.

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La búsqueda de vida inteligente

Ese rastreador es el radiotelescopio de Arecibo, en Puerto Rico, que con sus 305 metros de diámetro es el mayor del mundo y el que permite recoger señales mucho más débiles que cualquier otro. La historia comenzó hace casi 40 años, cuando el astrónomo norteamericano Frank Drake utilizó por primera vez el radiotelescopio de Green Bank para detectar emisiones lejanas de radio que indicaran la presencia de civilizaciones inteligentes. Aquel histórico día, Drake sólo pudo escuchar el ruido de fondo del cosmos, similar a la interferencia que se escucha cuando se sintoniza mal una radio. Sin embargo, ése fue el puntapié inicial para un nuevo uso de la radioastronomía.

En octubre de 1992, la búsqueda de señales del exterior es catapultada con el proyecto SETI, uno de cuyos padres fue el gran divulgador y astrónomo Carl Sagan. Por primera vez, la NASA impulsaba un programa de estas características. La idea inicial, tal y como cuenta el propio Sagan en «El mundo y sus demonios», era examinar el cielo durante diez años. «Si, desde un planeta de cualquiera de los cuatrocientos mil millones de otras estrellas que forman la galaxia de la Vía Láctea, alguien nos hubiera mandado un mensaje por radio, habríamos tenido una posibilidad bastante razonable de oírlo».

Un año después, el Congreso estadounidense cortó la financiación. En 1995, el programa fue resucitado gracias a aportaciones privadas y rebautizado como Proyecto Fénix. «Domina la creencia de que no es probable que se tenga éxito, y que una iniciativa semejante sería tanto como tirar el dinero», opina otro divulgador con mayúsculas, Isaac Asimov, en «Guía de la Tierra y el espacio». Pero, añade, «realmente, SETI podría constituir una empresa provechosa, aun en el caso de que no diéramos con ningún mensaje».

Para analizar toda la información recogida en el radiotelescopio de Arecibo en un sólo computador se necesitaría que éste fuera el más grande jamás construido, y su coste lo haría impracticable para un proyecto de estas características, que no busca un interés económico, así que sus fundadores pensaron que habiendo millones de PCs conectados a Internet alrededor de todo el mundo, éstos podrían colaborar de alguna manera. Y así nació SETI@home.

Cinco millones de personas, se dice, en todo el mundo, echan una mano para rastrear el oscuro cielo. Desde el principio de SETI se han recibido unos 5.000 millones de señales aparentemente sospechosas. Incluso hace un par de años, los propios responsables del proyecto elaboraron un dossier con las 200 mejores candidatas. Pero, incluida la famosa «Wow!», son sólo eso.

¿Por qué era tan rara aquella señal?

¿Por qué aquella señal que ayer cumplió 30 años llamó tanto la atención de los investigadores? El telescopio Big Ear estaba fijo y empleaba la rotación de la Tierra para escanear el cielo. Por la velocidad de rotación de la Tierra y la ventana de observación del telescopio, éste sólo podía observar un punto cualquiera durante 72 segundos. Por eso, se da por hecho que una señal extraterrestre se registraría durante exactamente 72 segundos, y que la grabación de esa intensidad de esa señal mostraría un pico gradual durante los primeros 36 segundos (hasta que la señal llegara al centro de la ventana de observación del telescopio) para luego mostrar un descenso gradual. Por eso, tanto la duración de la señal «Wow!», 72 segundos, como su forma, corresponderían a un origen extraterrestre. Era treinta veces más intensa que el aburrido ruido de fondo del espacio. Como si el cuchicheo de las estrellas hubiese sido roto de manera repentina por un grito.

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Big Ear rastreó durante días y meses la región del espacio de la que parecía proceder, la zona oeste de la constelación de Sagitario. Pero «Wow!» no volvió a dejar rastro.

Fueron consultadas las efemérides astronómicas, donde aparecen registradas las posiciones de diversos cuerpos celestes a lo largo de un año. Pero aquella noche de agosto ningún planeta había pasado cerca del origen de la señal. Y, en cualquier caso, la posibilidad de que «Wow!» procediese de un planeta había sido descartada porque, de manera parecida a las galaxias, la señal de radio que emiten los planetas se observa en casi toda la banda de radio. La emisión de radio de los planetas y las galaxias se debe al calor que irradian; un calor, y por tanto unas emisiones de radio, que también desprenden los asteroides, aunque por su tamaño lo hagan en mucha menor medida.

Sea como fuera, aquella noche de agosto tampoco ningún asteroide pasó cerca del misterioso origen de «Wow!». Fenómenos físicos más complejos, como la influencia de una lente gravitatoria o el centelleo interestelar, quedaron también excluidos como hipótesis fiables.

Quizá podría proceder de un dispositivo humano, como un satélite artificial. Sin embargo, también esto parecía imposible: la banda de 1.420 megahercios en la que se emitió la señal está vedada a las trasmisiones terrestres, al igual que a los aviones y a los cohetes y transbordadores espaciales. Además, una de las características de «Wow!» es que parecía venir de un punto muy concreto en la esfera celeste, tan pequeño y lejano que no se apreciaba ningún movimiento respecto de las estrellas más lejanas, el fondo del cielo.

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En cualquier caso, hay, finalmente, tres hipótesis que prevalecen para intentar explicar este fenómeno, pero ninguna ha sido elegida: la señal proviene de una emisión de radio de un satélite artificial que atravesó esa órbita en ese instante; la emisión de radio fue producto de un acontecimiento astronómico de enorme potencia; o la señal tiene su origen en una civilización extraterrestre con un potente transmisor.

¿Volveremos alguna vez a recibir una señal así? Quién sabe. En todo caso, Big Ear ya no estará a la escucha: la antena fue desmontada a principios de 1998 y su terreno lo ocuparon un campo de golf de 18 hoyos y 400 casas particulares.

El camino inverso

Pero mientras proyectos como SETI siguen con su búsqueda, escudriñando el inabarcable horizonte espacial, el ser humano también hace sus deberes en el camino inverso, es decir, enviando sus propios saludos por si hubiera alguien allá afuera. Los últimos mensajes radiofónicos se lanzaron en 1999, desde el telescopio ucraniano de Evpatoriya.

El más conocido es el enviado por el propio radiotelescopio de Arecibo, el 16 de noviembre de 1974 en dirección a la constelación de Hércules. En esa dirección, a unos 25.000 años luz de distancia, se halla un cúmulo globular de estrellas que contiene cerca de medio millón de soles. Es decir, que a la velocidad de la luz tardará en llegar allá, exactamente, 25.000 años. El mensaje habla de cómo contar, quiénes somos, un dibujo de un ser humano, la doble cadena del DNA o de cómo es nuestro sistema planetario. Eso sí, una hipotética respuesta tardaría otro tanto en regresar.

Contacto

En el siglo XIX, una rica francesa llegó a anunciar un premio equivalente a un millón de dólares para quien hiciera contacto con una civilización extraterrestre.

Dar pistas

Cuando en 1974 fue enviado un mensaje al espacio desde Arecibo, algunos científicos advirtieron de que estábamos dando pistas a posibles extraterrestres. las sondas

Las sondas Pioneer, en 1972, y las Voyager, en 1977, las más alejadas de la Tierra, portan mensajes, músicas e imágenes del planeta, a modo de saludo humano.

Carl Sagan

Carl Sagan (1934-1996) concibió la idea de enviar un mensaje más allá del Sistema Solar que fuera entendido por una posible civilización extraterrestre.

Arecibo

El radiotelescopio de Arecibo es conocido por aperecer en películas como «Contacto» y en la aventura de James Bond «Golden Eye», con su gran pelea final.

Pinos en Siberia

El matemático Carl Gauss propuso plantar pinos en Siberia para dibujar el teorema de Pitágoras y así convencer a los extraterrestres de nuestra inteligencia.

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