Huesos inquietos

Sea un pueblo o una ciudad, en todo asentamiento humano hay leyendas urbanas. Estas leyendas suelen girar en torno a cosas que todos conocemos, con las que hemos tenido contacto muchas veces durante nuestras vidas. Aunque su origen sea el mismo, las «subleyendas», creadas a partir de la original, eventualmente pierden la poca veracidad que puedan tener. Sinceramente, ¿quién tiene miedo de algo cuya historia cambia totalmente con tan sólo desplazarte unos cuantos kilómetros? y ¿cómo puedes sentir «respeto» a algo en lo que no crees en absoluto?

Aún así, siempre hay excepciones. Siempre nuestras vidas. Aunque su origen sea el mismo, las «subleyendas», creadas a partir de la original, eventualmente pierden la poca veracidad que puedan tener. Sinceramente, ¿quién tiene miedo de algo cuya historia cambia totalmente con tan sólo desplazarte unos cuantos kilómetros? y ¿cómo puedes sentir «respeto» a algo en lo que no crees en absoluto?

En todo lugar existe gente de la noche. Por supuesto, nos referimos a cualquiera que mora a altas horas de la madrugada, como prostitutas, gente de negocios turbios, jóvenes que se han propuesto no dormir o simplemente quienes trabajan cuando cae la oscuridad. Mucha gente al compartir un espacio de tiempo tan fijo y característico como lo es la noche empieza a entender cómo funcionan las cosas. Seguro que más de uno sabe a qué horas no debes pasar por un lugar, a riesgo de ser atracado o verte envuelto en algo que definitivamente no te interesa.

La noche es un mundo tan completo que ahí tampoco faltan historias, leyendas, relatos de lo que le pasó a la amiga de un conocido. La mayoría no son más que mentiras, evidentemente. Bulos que toman más y más tamaño y complejidad. Aunque, como ya se ha dicho, siempre hay excepciones.

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Esta es la única historia que oirás un millón de veces de la misma forma. Nada, fuera de la persona que lo sufriera en sus carnes, cambia; y da igual que bajes a preguntar a la calle, porque siempre te contarán lo mismo:

Es de noche, quizá la una, dos o tres de la madrugada. Acabas de terminar cualquier asunto que tuvieras (el trabajo, una noche de copas…) y quieres volver a tu casa. Estás cansado, hace frío y hay niebla; una niebla casi sólida. Puedes ver las siluetas de los edificios a lo lejos, pero no mucho más.

Te frotas las manos y las metes en los bolsillos. Estás solo, pues, ¿quién iba a salir con este frío y esta niebla? Además, el silencio es mortal. No se mueve nada, y lo único que oyes son tus pasos. De momento.

Llegas a esa calle. Sí, esa calle o callejón largo que no tuerce en ningún momento y que se extiende indefinidamente. Está iluminado, bien, pero no ayuda con la cantidad de niebla que hay. Tú te pones a caminar sin pensarlo mucho, porque este es un lugar tranquilo, ¿no?

Intentas distraerte. Escuchando música, tarareando, contando las baldosas. Te distraes, hasta cierto punto.

Paras y miras a tu alrededor, ¿qué fue eso? Lo que escuchaste era un sonido extraño que rompió tu concentración. No hay nada detrás, ni nada a los lados. Quizá un animal…

Sigues tarareando, pero, en efecto, lo vuelves a oír, y te vuelves a girar y buscar de dónde proviene el sonido, por pura curiosidad. Y vuelves a fallar en descubrirlo. En cierto modo decepcionado, sigues caminando.

Esta vez lo oyes más cerca; lo aprecias, porque realmente parece que suena más cerca. Pero lo ignoras, y de repente el tramo parece alargarse. No tardabas tanto en recorrerlo, piensas.

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¿Qué es ese sonido? A la siguiente vez lo crees identificar: es un castañeteo que sonó incluso más cerca ahora. Es un castañeteo, ese sonido que hace la gente con los dientes cuando siente verdadero frío. Estás incómodo, muy incómodo. Aceleras el paso; extrañamente, el sonido no desiste, sino que te acompaña, como si estuviese detrás de ti. Siguiéndote.

No te quieres girar. Sólo pones un pie delante de otro esperando llegar a un sitio donde haya alguien más, donde haya algún sonido además de ese castañeteo, que es cada vez más fuerte, y más y más. Es obvio que te está provocando, como invitándote a desviar los ojos del camino. Espero que no lo hagas.

Generalmente, si lo ignoras y llegas al final de la calle sin correr, te librarás. Será un mal rato, pero no te pasará nada. Por eso, NO DEBES hacerle caso; se alimenta de tu atención, y cuanta más le prestes más poder tendrá. Sólo una nota: si llegas a sentir un dedo tocándote la nuca, un dedo frío y seco, no grites, por lo que más quieras. No te contengas más y empieza a correr todo lo que puedas hasta el final de la calle. Es arriesgado, pero mejor que nada.

La gente que ha sufrido este acoso nunca vio qué les perseguía. Los que lo sepan… o ya no están entre nosotros, o no se atreven a decirlo.

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