Violaron a mi polola y la dejaron botada en un peladero. Esto fue un viernes, salió con sus amigas por la despedida de soltera y le empastillaron el trago. Al otro día nos casábamos. La cara moreteada, tres dientes quebrados y el brazo derecho fracturado. Lógicamente el casamiento se suspendió. Traté de buscar explicaciones pero todas decían que ella simplemente desapareció mientras en su declaración ni siquiera recordaba la cara del tipo.
Tratamiento psicológico, psiquiatra, dental, y un sinfín de terapias que no la ayudaban, mencionó varias veces que se mataría.
– ¡¿Por qué mejor no te vas con otra?! ¡No sé si yo pueda ser pareja de alguien, no sé si quiero que me vuelvan a tocar! – me gritó.
Yo intentaba mostrar fortalezas en casa y por otro lado me debilitaba en un bar, donde se me acercó un tipo que me vio llorando, solo. Me preguntó que me pasaba y se lo conté, como si fuese un amigo de toda la vida.
– Yo te voy a ayudar – me dijo.
Sacó de su bolsillo dos pastillas, que a ella le diera una sola y cuando fuese necesario se tomara la otra, que eso la iba a sanar. Las puso sobre mi mano y aseguró que volvería para agradecérselo.
– ¿Y esto que es? – pregunté.
– Reset.
– Nunca había escuchado de esto, pero no voy a drogar a mi mujer…
Me dejó hablando solo y se marchó.
Llegué a casa, y la encontré cortándose las venas, gritos de dolor, de rabia, odiando su cuerpo, autodestructiva repitiendo una y otra vez que la dejara irse de una vez.
Pero un día todo cambió…
Una madrugada desperté sin ella a mi lado, de un salto corrí a buscarla, y escuché el sartén mientras freía cuatro huevos. La frutera con las manzanas masticadas y la bolsa de pan vacía.
– Tengo hambre – me dijo mientras se devoraba el jamón con la mano desde el refrigerador.
Le pregunté si se sentía bien y respondió que todo estaba perfecto. Me asusté, pensé que su mente jugaba otra vez con ella, “deben esos mecanismos de defensa de los que alguna vez nos habló la psicóloga para evadir el sufrimiento”, pensé. Extraño verla cocinando cuando los días anteriores andaba sin apetito y apenas era capaz de tomarse un vaso con agua para tragar los medicamentos recetados. Cuando regresé a la habitación me di cuenta que encima de su velador estaba la pequeña tira sin una pastilla de Reset, la misma que me había entregado aquel tipo y que mi novia había consumido por error. Me di la media vuelta y ella se lanzó sobre mí, se sacó la polera y comenzamos a hacerlo. Le pregunté si realmente estaba segura y me tapó la boca.
Cuando terminamos me miró a los ojos con una gran frialdad.
– Ya no me siento mal, parece que me sané. No tengo pena, ni rabia, ni tristeza, ni asco… nada… Tampoco te amo, no te quiero ni una sola pisca, me acuesto contigo solo porque tengo deseos sexuales, de hecho podrías ser tú o cualquiera. Ni siquiera me da lástima decírtelo. Fueron esas pastillas… ¿De dónde las sacaste?
El Reset había suprimido todo tipo de sentimientos en ella. Ni siquiera se sentía contenta por haber “superado” su dolor.
Busqué en el computador de mi oficina algo referente a la pastilla Reset y lo único que encontré fue el escrito de un tipo en un foro que hablaba sobre aquella droga.
– “La pastilla la usé para sanarme de la muerte de mi hijo menor. Desde que tomé Reset en su funeral dejé de llorar, de inmediato. Fui capaz de anular ese sentimiento desgarrador, y logré vivir sin él… sin embargo, cuando el efecto de este se acabó, a los ocho días la tristeza se volvió tan profunda como una cuchilla en mi pecho que se doblaba y no lograba soportar, el dolor fue peor que antes, a tal punto que no fui capaz de pensar, me volví loco… busqué las pastillas para sanarme y descubrí que mis otros dos hijos estaban jugando con las cápsulas que tenía que tomarme, los odié tanto en ese momento que agarré mi hacha y le corté la cabeza a ambos. Lloré y comencé a ahogarme, me arrastré al lado de sus cuerpos para poder sanarme rápido de lo que les hice, tomé un puño de esas pastillas que estaban manchadas con su sangre en el piso y me las tragué. Ahora estoy tranquilo, y los miro a los dos, y me dan igual…”
Contabilicé hace cuantos días ella se tomó la primera cápsula…
¡Cresta! ¡Ocho!
Agarré el auto, y partí. Abrí la puerta y vi sangre en el suelo, seguí la línea que pasaba por el living hasta el baño.
– ¡¿Qué estás haciendo?!
Estaba desnuda, con un cuchillo cocinero comiéndose el dedo de su mano derecha.
– ¡No encontré el otro Reset y me odiooooo! ¡No lo soportooooo! ¡Me quiero comer mi cuerpo yo misma! ¡¡¿Tú escondiste la otra pastilla?!! ¡¡Te voy a matar!!
La encerré con llave y comencé a buscar rápido la cápsula faltante. Recordé que la tenía en mi chaqueta. La saqué de aquel bolsillo, avancé hacia el baño, decidí no abrir la puerta, quizás se abalanzaría sobre mí y me terminaría acuchillando o algo peor, así que se la lancé por el espacio de abajo y le avisé. Pasó un minuto y le pregunté si se la había tomado.
– Sí… estoy mejor – respondió.
Abrí la puerta y le faltaban dos dedos mientras se miraba la mano con rostro de tranquilidad.
Cinco días y ya no tenía más Reset. Fui al bar y me encontré a aquel tipo. Me cobró quince millones de pesos por un frasco y no me quiso hacer precio ni siquiera por una sola cápsula. Gasté la plata de la boda suspendida, la luna de miel que nunca haríamos y varias cosas más… así fue como logré comprarlas.
Tres años duró drogándose, mientras no me amaba por el efecto y solo comía, cagaba, dormía y se acostaba conmigo. Se comportó como un animal pensante pero que al menos ya no sufría por lo que le hicieron… hasta ahora.
Adiós efecto Reset, esta vez se irían tres años de dolor acumulados hasta su cabeza, seguramente se convertiría en una bestia. Podría haberla encerrado en un psiquiátrico, pero ella no se merecía eso, sino que algo mucho mejor, así fue como decidí darle un digno final a toda esta situación.
Partimos en el auto y llegamos hasta Santo Domingo. Nos metimos a aquella casa y cuando abrieron la puerta lo apunté con una pistola, asustado sin entender nada nos encerramos adentro junto a él. Le mostré a mi novia y respondió no saber quién era, pero con todo el tiempo que ya había pasado, nosotros lo teníamos identificado desde hace un par de años atrás.
– Pese a que tú la violaste ella no siente ningún tipo de remordimiento hacia ti… pero eso se va a acabar en este instante.
El reloj que avisaba que solo faltaba un minuto para que se terminara todo.
– Te amo – le dije.
– Yo no, pero sé que debería – me contestó ella.
La alarma del celular, fin del efecto Reset y mi novia se agarró la cabeza, los gritos como el rugir de un león, apretó los dientes por la rabia y los horribles recuerdos que le causaba aquel tipo. Se abalanzó sobre él, comenzó mordiéndole la cara, después le devoró la pierna.
Así fue como abrí el frasco de Reset, dejando caer sobre mi mano la última pastilla que quedaba, la eché en mi boca y comencé a sentir la nada absoluta mientras escuchaba los gritos desgarradores de aquel violador.
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Autor: El Borrador.