El ángel de la muerte

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El ángel de la muerte


Todos describen a los ángeles como seres cuya belleza es majestuosa y que su canto es lo más dulce del universo. Después de lo que me sucedió, no puedo estar de acuerdo con eso…

Era una fría noche de julio, estaba solo en mi casa, y como de costumbre, me encontraba sentado en la computadora de mi cuarto navegando en internet. Eran aproximadamente las 3 de la mañana cuando escuché un ruido extraño en la planta baja, fue un golpe seco. No le di mucha importancia y continué mis quehaceres. Al cabo de un rato percibí otro golpe, esta vez más fuerte, así que decidí bajar a comprobar el motivo.

Apenas salí de la habitación la puerta se cerró detrás de mí y todas las luces se apagaron. El ambiente se envolvió en una oscuridad absoluta. En ese instante comencé a sentir un frío congelante y enseguida empecé a tiritar. Me dispuse a bajar las escaleras. Cuando ya casi llegaba a la planta baja, pude oír ruidos de cristales rompiéndose. Cada estruendo me provocaba un dolor inimaginable en la cabeza, hasta que de pronto volvió la electricidad. Escuche que la puerta de mi cuarto se abrió lentamente, el sonido que produjo me crispó tanto los nervios que decidí salir de la casa. Corrí incansablemente hasta alejarme lo suficiente. Al darme vuelta lo vi, allí estaba, parado en la puerta, una silueta oscura de lo que parecía ser un ángel. Cometí la terrible estupidez de contemplarlo por un rato. Se aproximaba hacia mí a una velocidad considerable. Solo podía verle la cara, que por cierto era bellísima, y además, cantaba con una voz tan dulce que relajó todos los músculos de mi cuerpo al instante.

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Sin embargo, a medida que acortaba la distancia conmigo, su rostro se tornaba horrible, y por si fuera poco su canto se distorsionaba progresivamente hasta convertirse en gritos desgarradores. En ese momento tome la decisión de correr con todas mis fuerzas, me alejé lo que más pude, precipitándome tanto que inevitablemente tropecé y gracias al fuerte golpe que me di en la cabeza me desmayé.

Cuando desperté estaba en el domicilio de mi tío, que vive a unas pocas cuadras de mi casa. Me había encontrado tirado en la calle con un moretón en la cabeza al venir del trabajo y decidió traerme acá. Desde ese día no he vuelto a asistir a una iglesia, y cuando veo la imagen de un ángel me altero y empiezo a convulsionar, será el trauma que me causó aquella experiencia. Ahora, para evitar problemas, vivo encerrado en la casa que pertenecía a mi difunto padre, y nunca más volveré a lo que una vez fue mi hogar.

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