MI NIÑO NUNCA DUERME

Mi nombre es Eva, mi historia es difícil de contar y aún más difícil es creerla, pero ello no le quita veracidad. Aunque todos piensen que estoy loca, escúcheme por favor, tome mis palabras como su verdad y hágase eco de ellas pues entrañan una realidad que debe evitar.

Alguna vez fui joven y bella, con veinticuatro años vivía la vida a mi forma, era sencilla pero feliz, estudiaba la música y le cantaba al mundo, nada podía ser más perfecto para mí. Un día conocí a un joven soñador igual que yo, de hablar elegante, amante del arte y la poesía, y entre cafés y largas charlas no tardé en sucumbir ante sus profundos ojos azules. Me había enamorado perdidamente de él.

Pero con el tiempo las máscaras se fueron derrumbando y aquel hombre encantador que en un principio pintaba de colores mi mundo, ahora sólo lo teñía de negra violencia. El ángel resplandeciente se había vuelto un demonio siniestro del que no podía escapar. Cada día era más miserable que el anterior, cada golpe, cada tormento eran cada vez más insoportables y no había noche que al acostarme junto al monstruo no desease clavarle un cuchillo en el corazón o hundirlo en el mío.

Había consumido lo mejor de mi vida, me había transformado en un ser que caminaba sin rumbo por un sendero vacío y silencioso, descalza sobre un suelo de hielo y acompañada de la mano del temor. Un día me golpeó tan fuerte que sentí como si mi cabeza se desprendiera del torso, no sabía si estaba viva o si había muerto, deseé con todo mi corazón lo segundo, pero comprendí que aún quedaba un rastro vital en mí cuando ultrajó mi cuerpo de la manera más baja e indignante. Cuando hubo finalizado su cometido, desde algún rincón de mi ser humillado emergió una fuerza que recorrió mi cuerpo devastado y en un arrebato de desesperación corrí hasta el baño cerrando la puerta con llave. Él corrió tras de mí sin conseguir atraparme, enfurecido y totalmente fuera de sí, golpeaba la puerta mientras gritaba un sinfín de improperios hacia mí, yo sabía que si entraba no viviría para contar esta historia. Frente al espejo, mi cara era la decadencia de una mujer que había perdido toda esencia de persona, y mientras me avergonzaba de lo que yo misma le había permitido lloraba ante el aspecto fatal que no era otra cosa que la obra de un maldito perverso.

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Fue entonces cuando el reflejo de mi cara se transformó, al principio pensé que se trataba de algún tipo de delirio producto de los golpes, pero cuando un leve viento cálido envolvió mi cuerpo lastimado como acobijándolo suavemente, entendí que algo extraño sucedía allí. El rostro que estaba allí no era el mío, aunque el cristal parecía reflejar mi cara, no lo era, se trataba de una mujer de facciones bastante marcadas, de tez blanquecina que contrastaba fuertemente con sus labios finos y rojos como la lava ardiente, sus ojos eran oscuros y cargados de misterio, de un largo cabello castaño apenas ondulado. El rostro seguía los movimientos de mi cabeza como si se tratase simplemente de una imagen especular, hasta que finalmente ya no lo hizo, fue entonces cuando comprendí que no era un simple delirio, me asusté y di unos pasos atrás atónita por lo que ocurría, cuando de pronto la extraña dama habló, “sé lo que sientes y puedo darte la solución, Eva”, seguía desconcertada, ahora más que nunca, la mujer misteriosa prosiguió “puedo hacerte libre, devolverte tu vida, pero tú me regalarás una vida a cambio”, sentí que debía gritar en ese momento ¿acaso me había vuelto loca?, y por último dijo “desde hace un momento llevas a tu primogénito dentro, sella el pacto pronunciando estas palabras y ya no sentirás humillación ni vergüenza”, terminando de decir esto la canilla se abrió repentinamente expulsando enérgicamente un chorro de agua tan caliente que cuyo vapor no tardó en empañar el vidrio del espejo dejando manifestar una frase que a viva voz leí casi inconscientemente, “Mi Señora Lilith, así sea nuestro acuerdo”.

Como terminase de pronunciar las palabras del espejo, el loco se quedó en silencio, ya no golpeó la puerta ni dijo nada más. Temía que fuese una trampa suya para confundirme y que estúpidamente abriera la puerta dándole paso a que pudiera terminar de matarme. Pero tampoco podía pasar la vida entera allí dentro, así que con mucho temor y desconfianza decidí abrir la puerta y enfrentar lo que me esperase. Asomé un poco la mirada por el borde apenas despegado del marco, pero no vi nada, abrí un poco más de modo que pude asomar la cabeza entera hacia el pasillo, pero nuevamente nada pude ver, él no estaba. Finalmente salí del baño y con paso cauteloso me encaminé por el corredor hacia el living, fue entonces que, cuando acercándome poco a poco al final del recorrido, iba apareciendo gradualmente la figura de mi esposo desde los pies hacia la cabeza, todo cuan largo era tumbado sobre el piso de madera de nuestra casa, hasta que una vez parada en el living, vi el cuerpo completo recostado y sin vida.

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La tarde que lo sepulté, mientras el ataúd se perdía al fondo de la fosa inhóspita y fría, recordaba lo que había visto en el espejo, y aunque parecía más un momento de efímera demencia que una aparición sobrenatural, no podía negar que la oscura coincidencia me producía cierta inquietud, y más aún cuando semanas después supe que estaba embarazada.

Los meses corrían y el vientre crecía más y más. Aunque llevaba dentro de mí a un hijo, mi hijo, de alguna manera me lamentaba saber que también llevaba dentro a su hijo, su sangre, y aunque como madre debía amar al pequeño y es lo que haría cada día de mi vida, no podía quitarme de la cabeza que era el fruto de una violación, que había llegado a mí en el peor día de mi vida, una noche cargada de horror, abuso y muerte.

Y una noche oscura sin luna ni estrellas, como si aquel momento fuese negado de cualquier luz del cielo, rompí fuente. En la soledad del cuarto iluminado por los foquitos de una lámpara de pie, sentí que con cada contracción se me partía el vientre. Estaba sola, no lo esperaba aquella noche y no podía moverme de allí, los dolores eran infernales, grité muy fuerte y nadie pareció oírme, sentía como si me desgarrase poco a poco por dentro. Entre dolores y llantos lo había concebido y ahora con los mismos dolores y llantos lo iba a parir, parecía estar marcado por el mal y el sufrimiento. Pujé con todas mis fuerzas, sentí que mi corazón estallaría, que ya no encontraba aire para respirar, que me desvanecía, pensé que moriría allí mismo dando a luz a quien ahora me hacía sufrir como una vez lo hizo su padre. Con las últimas fuerzas que me quedaban sentí que el niño finalmente había abandonado mi cuerpo, recosté la cabeza sobre la almohada y tragué varias bocanadas de aire para recuperar la compostura, al cabo de escasos minutos me incliné hacia adelante para atender al bebé que no había emitido llanto ni sonido alguno. Al verlo, comprendí que todo el horror que arrastraba la historia de ese bebé se había reflejado de la forma más repulsiva en él, era el cadáver hinchado y azul de un niño en avanzado estado de descomposición, no me explicaba cómo es que su cuerpo dentro del saco embrionario tenía gusanos carcomiéndolo en partes, su rostro había perdido todo rasgo de aspecto humano, sus ojos estaban abiertos y desorbitados, su boca, nariz y orejas tan inflamadas que no tenían los orificios de apertura descubiertos, de sus extremidades se desprendían pedazos de carne blanda, el cordón umbilical, todavía unido a mí, estaba ennegrecido, y la placenta de un rojo negruzco emanaba un hedor tan pútrido que no tardó en atraer desesperadamente a algunas moscas que rondaban por el ambiente. Eso no era un niño, era una monstruosidad infernal, era el resultado concebido de la miseria humana. Luego de vomitar incontables veces, me deshice del cadáver de una forma que prefiero evitar relatar.

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Pero nacer muerto no le impidió entrar al mundo, al mismo que usted y yo conocemos. No es el estado material el medio de habitar que posee, no es la materia lo que necesita para vivir, siendo el hijo de un demonio su estado natural es el mal. Ni yo ni aquel depravado que me embarazó somos ni fuimos alguna vez sus padres, él tiene una madre, pero esa no soy yo. Sé que me acecha siempre, seguramente quiere matarme, pues más allá de deambular entre los vivos, siempre va a ser el despojo inestable de un ser que lejos de nacer como un hombre fue un monstruo inhumano que salió de mí.

También sé que no soy la única a la que busca, a veces incluso invocan su presencia demoníaca, y yo le digo, él siempre estará donde lo llamen, oiga mis palabras, yo no estoy loca, él es real, no lo provoque pues es el fruto del dolor. He sabido que algunos lo llaman bebé azul, pero quienes lo han sentido prefieren no volver a nombrarlo jamás, si es que han vivido.

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