Al señor X lo conocí cuando era una niña, mi hermano era amigo de uno de sus hijos, y mi madre tenía cierta relación con la esposa a causa de la amistad infantil de los niños.
Las dos madres se hacían cada vez más amigas, y en una ocasión, la esposa del señor X le confió a mi madre los sufrimientos que padecía la familia a causa de la epilepsia de su marido, que lo llevaba frecuentemente a urgencias del Hospital de Barcelona. El señor X padecía crisis diagnosticadas como epilépticas desde su más tierna infancia, y estaba medicado, lo que no le impedía las crisis, ni siquiera disminuían. Según la amiga de mi madre le cambiaron la medicación, subían y bajaban dosis… pero nunca acertaban con la medicación que inhibiera las crisis, le daban en cualquier lugar y hora. Estaba constantemente con bajas médicas, y la familia temía que en su trabajo se cansasen de él.
La esposa del señor X relató a mi madre la peregrinación por médicos y curanderos sin ningún éxito, y cómo se sentía engañada por la familia de su marido, pues tuvieron un corto noviazgo en el que no se veían todo lo que ella hubiese deseado, porque de improvisto surgía algún «problema» que les impedía estar juntos, y posponían la cita; la familia los incitó a no esperar mucho para casarse, y ella, enamorada, imagino que él también, se casaron. Nadie la informó de las crisis que su novio sufría, ni él, ni su familia. Pronto descubrió los «problemas» que durante el noviazgo surgían y los impedía verse, en el viaje de novios presenció, asustada e impotente, sin saber qué hacer, el primer ataque de su flamante marido.
Mi madre se sintió afectada por ese sufrimiento quasi secreto en casa de esa familia que vivía frente a la nuestra, y en una reunión mediúmnica familiar expuso el caso.
Hablo de una época en la que el espiritismo no era solamente pecado; estaba prohibido, y las reuniones se hacían a escondidas en casa, con familia y amistades íntimas. Nos decían a los niños, que de «eso» no teníamos que hablar con nadie, que eran «cosas» de casa, y que las cosas de casa se quedaban en casa; por lo tanto la nueva amiga de mi madre no sabía que éramos espíritas e ignoraba cualquier cosa relacionada con el espiritismo, más allá de curanderos más o menos honestos, y lo que cree saber todo el mundo que en la mayoría de los casos es completamente erróneo.
En la reunión mediúmnica nos dijeron que el señor X no padecía ninguna epilepsia, y que por mucha medicación que le dieran el problema no se iba a solucionar, pues el verdadero problema era de índole espiritual. El señor X sufría las consecuencias de su comportamiento en una vida material anterior en la que cultivó no pocos enemigos. Esos enemigos lo iban persiguiendo vida tras vida deleitándose con su venganza. En esta ocasión, varios de esos enemigos desencarnados se cernían sobre él desde antes incluso de su nacimiento corporal, y ahí estaban, obsesándolo sin ninguna piedad.
El consejo fue que mi madre hablara con la esposa, ellos ya la estaban preparando desde el otro lado, y debería aceptar el espiritismo sin ningún problema. Mi madre tuvo sus dudas, que aceptara el espiritismo así de sopetón…
La sorpresa fue grande cuando mi madre constató que efectivamente, tal y como le habían dicho desde la espiritualidad, su amiga que no sabía nada antes, entró en las «filas» espíritas sin ninguna dificultad. Es más, muchos años más tarde, ella misma desarrollaría una mediumnidad con la que acabó colaborando en las reuniones familiares. La causalidad. En el mundo espiritual todo fue cuidadosamente preparado para que se diera lo que se tenía que dar.
El primer paso estaba dado, la «entrada» del espiritismo en esa familia. Ahora tocaba hablar con el afectado, con el que en mi casa teníamos una relación superficial todavía. Fue la esposa la que fue allanando el camino con su marido, y una noche, mis padres invitaron a cenar a la familia vecina en nuestra casa, no solo para entrar en temas espirituales, también por amistad, pues mi madre y la esposa se afianzaron cada vez más como buenas amigas. Una amistad que duró hasta que desencarnaron, con 11 meses de diferencia la una de la otra. No sé si estarán juntas.
Mi hermano y yo recordamos aquella cena, éramos nosotros 4, y ellos 5. Fue una cena muy divertida. En los postres los adultos se quedaron solos, y los niños nos fuimos a otro lado. Aquellas cenas se repetirían muy a menudo desde entonces, y comidas, y salidas… pero sigo con aquella noche.
Durante los postres empezaron a hablarle al señor X de espiritualidad, espiritismo, Allan Kardec, médiums, reuniones… Según contaban mis padres, mi madre se ofreció a darle pases (el pase espírita) al señor X; nos lo daba a todos cuando estábamos nerviosos o enfermos. Y lo invitaron a unirse a una reunión mediúmnica con toda la familia, mi tía, médium también, etc, como espectador. No se concretó nada, pero el señor X ya empezaba a saber cosas, que era lo que interesaba, para poder ayudarlo.
Pocos días más tarde estando cenando sonó el teléfono, el señor X estaba con una crisis, y mi madre salió corriendo de casa. Su amiga, como hacía habitualmente, había llamado a urgencias, y esa vez llamó a mi casa para que mi madre lo viera. Al rato volvió mi madre aterrada por lo que había visto. El señor X estaba fuera de si, daba golpes, se revolvía, rompía cosas, la cara desencajada, y gruñía. No atendía a nadie. Por suerte la ambulancia no se hizo esperar y venían ya con una camisa de fuerza, lograron ponérsela y se lo llevaron, como siempre. Un par de días en el hospital y para casa. Era lo habitual.
Esas llamadas se volvieron frecuentes a cualquier hora. A veces la amiga de mi madre se iba corriendo al hospital, le había dado un ataque en el trabajo; según la hora, mi madre se hacía cargo de los tres hijos.
Entremedio de las crisis hacían y hacíamos una vida normal de amigos que viven tan cerca y se avienen; mi madre y su amiga casi siempre juntas, ella venía a todas las reuniones, entre semana se reunían, los maridos trabajando, los niños en el colegio… y se hacía una reunión el fin de semana con todos. El señor X no venía, prefería hacer la siesta, tampoco nadie se lo requería, que viniese cuando realmente lo deseara.
Un día, no recuerdo si en nuestra casa o en la de ellos, él explicaba lo que sentía momentos antes de una crisis, le escuchábamos con atención: un desasosiego que empezaba en el estómago e iba intensificándose se apoderaba de él, sudor frío, la vista se le nublaba, y en tan solo unos instantes, esas sensaciones se apoderaban de tal manera que ya no era él. Ahí perdía consciencia, y ya no recordaba nada más hasta pasada la crisis. Era cierto, cuando volvía en si no recordaba absolutamente nada de lo que había pasado.
Le preguntó a mi madre que si en ese estado, si le daba aquellos pases que le había dicho, si serviría para que la crisis no se diera. Mi madre honestamente le dijo que no lo sabía, pero que probablemente no, pero que lo que podían hacer si él estaba de acuerdo era formar una rutina de pases, con día y hora fijos, y algunas lecturas a hacer en voz alta en su casa, y que él mismo leyera. Bueno, nunca consiguieron que él leyera nada, pero su esposa si que lo hacía en su casa, y empezaron los pases. El primer pase fue el principio del fin para los obsesores, pero ellos no lo sabían.
El primer pase le provocó una crisis. Estaba bien, y en medio del pase espírita su cara se desencajó, echó una mano al estómago como si quisiera agarrar algo dentro de él, los ojos daban la impresión de salirse de las órbitas, se levantó de la silla, mi madre estaba delante de él, era más pequeña de estatura, le dio un empujón y empezó a gruñir. Entre mis padres, su esposa, mi hermano y su hijo, no podían con él. Asustada salí al rellano de la escalera y llamé a la puerta de un vecino, éste, conocedor del caso llamó desde su teléfono una ambulancia que como siempre lo llevó al hospital.
Decidieron que el próximo fin de semana harían una reunión mediúmnica invitándolo a asistir, con nuestra familia y los amigos habituales.
Empezaron así las reuniones de desobsesión, él aceptó y siguió hasta el final. Las crisis aumentaron en frecuencia y en crudeza; cada reunión se transformaba en una crisis, pero entonces ya no llamábamos a la ambulancia, entre todos lo controlaban físicamente, y los demás estábamos ahí de apoyo. La ambulancia solo era llamada cuando le daban los ataques entre semana y no había efectivos suficientes para controlarlo. Dos médiums actuaban en el proceso, mi madre y mi tía. Una intentaba hablar con el obsesor; la otra en trance, un Guía o espíritu protector se comunicaba a través de ella dando instrucciones, ayudando junto con un equipo espiritual, y explicando a veces lo que estaba sucediendo en el otro lado. Alguna vez vino a las reuniones una médium amiga vidente, pero no venía siempre por estar algo delicada de salud.
Nunca dejó de medicarse por expreso deseo de la espiritualidad, de cara a los médicos que lo trataban, todo el tiempo que duraron las reuniones de desobsesión.
Durante mucho tiempo, del obsesor, en realidad eran varios con un cabecilla, no se obtuvieron más que gruñidos y gritos. Se actuaba con mucha paciencia, pues llegaba a ser desesperante. Pero un día en medio de la crisis, y entre gruñido y gruñido habló para decir que nunca iba a dejarlo en paz, y que si lo sacaban a él de allí quedaban otros. La voz fue profunda, grave y contundente. Me asustó. Fue tan rotundo que mi madre se quedó unos instantes sin habla. El señor X estaba sujeto por cuatro personas adultas y se soltó de los cuatro diciendo eso. Era la primera vez en toda su vida que en medio de una crisis hablaba.
El espíritu protector que siempre estaba en las reuniones comunicando a través de mi tía, había informado de que eran varios, no recuerdo, cuatro o cinco espíritus y el jefe de todos ellos, un hombre (espíritu) grande, muy alto y fuerte, y de raza negra como el resto del grupo.
En las siguientes reuniones de desobsesión cada vez empezó a hablar un poco más, se le notaba un carácter muy fuerte, pero sobre todo, daba muestras contundentes de un odio enfermizo, de mucha ira, rabia, y se mostraba orgulloso diciendo que estaba tremendamente complacido porque durante varias existencias materiales (del señor X) lo había perseguido y obsesado llevándolo incluso en una ocasión al suicidio. No estaba dispuesto a irse, y no paraba de repetirlo.
Al entablarse el diálogo, el asunto dentro de su dificultad, abrió una puerta que hasta entonces estaba cerrada a cal y canto. Sin poder comunicarse era prácticamente imposible solucionar nada.
Las crisis se fueron espaciando y ya no eran tan fuertes, pero ahí seguía en su afán de hacerle la vida imposible al señor X, dolorosa tanto o más que la que había sufrido el obsesor, y sus acólitos en una vida anterior hacía muchísimo tiempo por culpa del marido de la amiga de mi madre.
El obsesor se explicaba airado, no olvidaba las palizas, las vejaciones, los insultos, los latigazos, el hambre como castigo que el señor X le había infligido en otro tiempo en aquellas plantaciones insalubres, durmiendo en barracones apestosos, mientras el señor X disfrutaba de una vida de lujo y de confort siempre de fiesta. Nada era demasiado para resarcirse, ni siquiera haber conseguido que el señor X se quitara la vida. Nada era suficiente.
El obsesor era un espíritu atormentado, nos dijo su nombre, pido disculpas porque hace tantos años que no lo recuerdo. Pero tampoco es un dato relevante. Lo llamaré Z.
En el transcurso del tiempo otros espíritus que otrora lo acompañaban para atormentar al señor X, en vidas anteriores, ya habían reflexionado, perdonado al negrero, y arrepentidos de su venganza habían seguido su camino. Pero quedaban estos, el reducto más rebelde.
Recuerdo haber llorado escuchando los relatos de Z, se me ponía la piel de gallina, miraba al señor X, un hombre cariñoso, simpático y amable, y me era imposible imaginarlo tal y como lo describía aquel espíritu sufriente; cruel, despiadado.
También vi llorar a mi madre en alguna ocasión. El obsesor fue dejando atrás la ira para dejar paso a la más profunda tristeza. Mi madre, de enérgica pasó a ser consoladora, como si fuera su madre, abrazaba el cuerpo del señor X por el que se estaba manifestando Z, y casi lo acunaba hablándole dulcemente para rogarle el perdón y el olvido de todo aquello que había sucedido hacía ya demasiado tiempo.
Un día, Z que se mostraba ya casi sumiso nos dijo que se iba dando las gracias por todo. Todos pensamos que aquello había acabado; al irse el jefe los acólitos se irían también, pero no, aquellos espíritus mucho más débiles que su jefe eran más testarudos y no se iban a ir fácilmente, otro tomó el lugar del obsesor que se iba. Z nos prometió que haría lo que pudiese para disuadirlos de continuar.
El nuevo jefe dio todavía un poco de guerra, pero como el resto, terminó por irse también y seguir con su camino.
Todo esto llevó 3 ó 4 años de reuniones mediúmnicas semanales, con 2 ó 3 pases que mi madre le daba al señor X entre semana. Cuando empezaron las reuniones el señor X debía tener unos 43 años.
Se acabó la epilepsia que no era, las crisis, y todo aquello que no dejaba vivir en paz ni al señor X ni a su familia. Pero hay que tener en cuenta que no siempre se consigue, el señor X estuvo obsesado durante varias vidas materiales, y en esta por fin lo dejaron tranquilo.
Nunca quiso ejercer su mediumnidad, quizás por miedo, no lo sé; en los ataques o crisis, lo que pasaba es que se quedaba en trance, por eso después no se acordaba de nada. Desencarnó con setenta y tantos años de un cáncer de huesos, antes que su esposa y mis padres, hace ya algunos años. Yo lo recuerdo con cariño a pesar de saber que fue un cruel negrero, a mí me llevaba a la playa, me hacía reír, y después de todo, todos sin excepción guardamos cadáveres en nuestro armario.