La Llorona es, según el escritor costarricense Carlos Luis Sáenz, uno de los cuatro personajes principales de las leyendas costarricenses, junto al Cadejos, la Cegua y la Carreta sin bueyes. Previo a la conquista de Costa Rica, entre los indígenas de Talamanca existían historias de espíritus de mujeres lloronas que vagaban por los bosques, como Sakabiali y la Wíkela.
Tipo: Espíritus legendarios
Subtipo: Alma en pena
País: Costa Rica
Región: Hispanoamérica, Centroamérica
Hábitat: Ríos y lagos, Bosques
La tradición cuenta que se trataba de una muchacha indígena muy hermosa, hija de un rey de la etnia huetar. Cuando la conquista española, ella se enamoró de un español y él se enamoró de ella, por lo que pidió su mano a su padre, pero este ya la había prometido a otro rey indígena, por lo que su amor era imposible. Por esto, se veían secretamente en lo alto de una cascada, para que el padre de ella no se diera cuenta. Ella quedó embarazada y dio a luz un hijo, al cual escondió por temor a la ira de su padre, el cual, sin embargo, se enteró del idilio, por lo que retó al español a un duelo por haber deshonrado a su hija.
¡Maldita seas! Los espíritus malignos te perseguirán siempre y vivirás miles de años llorando tu desgracia para ejemplo de las hijas que manchan la frente de sus padres. ¡Maldición sobre ti!
Margarita Castro Rowson.
Intentando reconciliar a su padre y a su amado, la mujer intervino, pero el padre le reveló que, enterándose de la existencia del niño, se había apoderado de él y lo había arrojado desde lo alto de la catarata. Luego, él la maldijo, y la condenó a vagar eternamente por las orillas de los ríos buscando a su hijo perdido, perseguida por los espíritus malignos y llorando su desgracia. Desesperada, la mujer huyó por el bosque dando estridentes alaridos, mientras el indígena y el español se lanzaron a un combate a muerte que le costó la vida a ambos. Desde entonces, los viajeros que atraviesan los bosques en las noches calladas cuentan que, en la vera de los ríos, se escuchan ayes quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre: es la Llorona que busca a su hijo y cumple la maldición de su padre.
Un niño de luna llena se le escapa por las frondas y se le ahoga en el agua verdinegra de las pozas. ¡Ay, que mi niño, mi niño!… ¡Ay, que el agua me lo roba!