Grandes Casualidades

¿Por qué tenemos la sensación de que «alguien» está detrás de esas coincidencias sorprendentes que todos hemos vivido alguna vez? ¿No es demasiada casualidad atribuir tan extraños y reiterativos acontecimientos al simple azar? ¿Son avisos del inconsciente, o ironías de los dioses sin rostro que juegan a las marionetas con nosotros? ¿Indican la existencia de alguna relación entre la mente humana y una hipotética «mente» cósmica? Estas preguntas no se las plantean adivinos de feria, sino científicos de primera fila que han escudriñado el resbaladizo mecanismo de las coincidencias y han llegado a conclusiones escalofriantes…

Rey Umberto de Italia

Una sorpresa inclasificable espera al rey Umberto de Italia la noche del 28 de julio de 1900, cuando decide ir a cenar a una posada próxima a Milán: ¡el posadero es su vivo retrato! Pero más sorprendido queda cuando, al conversar con él, descubre que ambos han nacido en la misma ciudad, su doble se llama Umberto como él, se había casado en igual día que el mismo rey, en idéntica ciudad y con una joven llamada Margarita, como la reina. El día en que Umberto fue coronado rey, el otro Umberto había abierto su posada.

Desconcertado, el rey volvió al palacio. Al día siguiente le fue notificado que su sosías había muerto en un accidente de caza. Poco después de manifestar su deseo de acudir al funeral del posadero, el rey Umberto dejó de existir, abatido por tres disparos de un anarquista.

 

Un tal Hugh Williams

El 5 de diciembre de 1664 un navío naufraga durante su travesía por el estrecho de Menay, en el mar de Irlanda. Uno solo de los sesenta y un pasajeros sobrevive, un hombre llamado Hugh Williams. Otro 5 de diciembre, el de 1785, otro barco se hunde en el mismo sitio. Y, de nuevo, se encuentra a un solo superviviente, un tal Hugh Williams. Finalmente, el 5 de agosto de 1820, caen en esas aguas 24 pasajeros de un velero perdido. Sólo un hombre se salvará; un hombre llamado… ¡Hugh Williams!

Winston Churchill

Considerado como uno de los diez personajes más influyentes del siglo XX, el famoso primer ministro británico era propenso a las coincidencias y gracias a ellas salvó la vida en numerosas ocasiones. Durante la guerra de Sudáfrica huyó de los bóers, que le tenían prisionero en Mozambique, y fue a parar a una comunidad minera. Llamó al azar a una puerta y resultó que era la única casa en cuarenta kilómetros donde no lo entregarían, pues el propietario era británico. En la I Guerra Mundial, su trinchera fue destruida por un proyectil justo después de haberla abandonado. Su esposa Clementine cuenta que, en los años de la II Guerra Mundial, Churchill siempre entraba en su coche por la puerta derecha. Pero un día, durante un bombardeo, se detuvo, dio la vuelta y entró por el otro lado. En el trayecto hacia Downing Street, una bomba hizo levantar el coche del lado derecho. «¿Qué te hizo cambiar de opinión?», le preguntó la mujer. «Algo me ha dicho ¡detente!», confesó él. En 1943, el propio Churchill declaraba ante un grupo de mineros: «A veces tengo la impresión de que una mano orientadora ha interferido en mi vida».

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Arthur C. Clarke y su intervención quirúrgica «anunciada»

El escritor famoso autor de 2001, una odisea del espacio, que predijo en sus novelas de ficción el uso del correo electrónico o de la telefonía móvil, contaba a los lectores del diario Locus, en 1991, una extraña coincidencia de la que fue protagonista.

Acababa de recuperarse de una operación quirúrgica de próstata, a la que fue sometido en el University College Hospital de Londres, y durante la cual había sido conectado a tres tubos insertados en uretra, nariz y vena. Regresó a su casa de Sri Lanka y, de pronto, encontró una carta que le había escrito años antes su amigo J. B. S. Haldane en la que éste le decía: «Acabo de regresar de Londres, donde he sido operado en el University College Hospital, y me he despertado con tres tubos insertados en otros tantos lugares: uretra, nariz y vena».

Joyce y el Ulises

Ningún novelista ha dado más importancia a las casualidades significativas que James Joyce. Más de cien aparecen en su obra Ulises, cuya acción abarca tan sólo un día en la vida de Dublín. Cuando comprendió que iba a morir sin terminar su novela Finnegans Wake, Joyce eligió a su amigo James Stephens para completarla, no por sus cualidades literarias, sino porque había nacido el mismo día que él, 2 de febrero de 1882, también en Dublín; y porque Stephens se llamaba James, como el propio Joyce.

Jefferson y Adams, tal para cual

Thomas Jefferson, segundo presidente de EE UU, fue autor de la Declaración de Independencia de este país. John Adams, amigo suyo, fue el tercero y uno de quienes la promulgó. Ambos murieron el mismo año y día, 4 de julio de 1826, exactamente en el cincuenta aniversario del Día de la Independencia norteamericana.

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a bala que halló a su víctima después de 20 años

En 1893 Henry Ziegland, de Texas, abandonó a su amada. Ésta se suicidó y, para vengarla, su hermano disparó contra Ziegland, pero la bala paso rozando la cara del novio desertor y fue a incrustarse en un árbol. Veinte años después, Ziegland intentó cortar el árbol que tenía la bala en su interior y uso para ello dinamita. La explosión disparó la vieja bala, que mató a Ziegland.

Saltar la banca

Algunas casualidades nos hacen dudar de la existencia del azar. «Dios no juega a los dados».Charles Wells, el hombre que, contra toda probabilidad hizo saltar la banca de Monte Carlo en 1891, realizó dos apuestas idénticas sobre el rojo y el negro y ganó cada vez 100.000 francos. La tercera vez hizo su apuesta sobre el cinco, 35 contra 1, y ganó. Repitió cinco veces la operación y el cinco salió cinco veces, algo tan altamente improbable que puede considerarse imposible en la práctica. Wells retiró su dinero y se fue tranquilamente.

¿Salvados por Dios?

Una célebre y múltiple coincidencia, publicada por la revista Life en 1950, es la del coro del pueblo de Beatrice, en el estado norteamericano de Nebraska. El ensayo estaba convocado para el 1 de marzo a las 7:20 de la tarde, pero ese día sus quince componentes llegaron tarde por las más diversas razones. La familia del pastor se retrasó porque tuvo que terminar la colada, a otro se le averió el coche, un chico tuvo que terminar los deberes del colegio, a una madre le costó despertar a su hija de la siesta, otro quedó absorto con un programa de radio. El retraso de todos ellos resultó un increíble golpe de suerte, porque un fallo de la caldera hizo que la iglesia estallara a las 7:25 de aquella tarde. Un matemático calculó que la probabilidad de que esta cadena de acontecimientos se debiese al azar era sólo una contra un millón.

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Presagios tenebrosos

El famoso bandido Jesse James veía en sus sueños que un amigo le mataría por la espalda. Y así ocurrió. Estaba en Missouri, sentado en una silla y sin pistolas, cuando un amigo suyo le asesinó con un rifle que el propio Jesse le había regalado.

Devolución de favores

Noche de junio de 1930. Allan Falby, policía motorizado de El Paso (Texas), persigue a un camión por exceso de velocidad. En una curva, su motocicleta choca contra el camión y Falby sufre la rotura de una arteria de su pierna derecha. Si Alfred Smith, el conductor del camión, no se hubiera parado para ayudarle, haciéndole un torniquete, Falby hubiera muerto. Una noche, cinco años más tarde, Falby se encuentra patrullando de nuevo cuando recibe un mensaje por radio: un automóvil a chocado contra un árbol en la Nacional 80. Llega antes que la ambulancia. El conductor está inconsciente. De una arteria abierta de su pierna derecha mana sangre abundantemente. Falby hace un torniquete y logra cortar la hemorragia. A continuación contempla el rostro de la víctima: es Alfred Smith.

Tragedia con suerte

Treinta personas murieron cuando un tren de cercanías cayó desde un puente a la bahía de Newark, en Nueva York. Trágico accidente que, sin embargo, hizo ganar grandes sumas de dinero a los neoyorquinos: una fotografía del accidente aparecida en los periódicos mostraba el número 932 en el último vagón del tren siniestrado. Presintiendo que ese número tenía un significado, muchas personas apostaron aquel día al 932 en la lotería de Manhattan. Y ganaron.

 

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