En el siglo XV, un barbero y un pastelero aceptaron colaborar en un mórbido negocio que desarrollaron en una esquina de dos calles que fueron borradas durante la construcción del Hotel Dieu de París.
Al organizarse, dividieron sus funciones: el barbero cortaría la garganta de sus clientes, desmembraría sus cuerpos y enviaría las partes directamente al cocinero, a través de una trampa que conectaría así a ambos establecimientos y se encargaría de cocinar la carne humana para preparar tartas de diferentes tamaños y sabores.
Así lo hicieron y cuentan que estas tartas convirtieron entonces a la panadería/pastelería en una de las más buscadas.
El negocio les fue bien hasta que sus crímenes fueron descubiertos, o sea, resulta que el perro de una de las víctimas olió algo raro… y comenzó a ladrar fuertemente, lo que alertó a los vecinos que así acabaron descubriendo una especie de habitación, llena de los utensilios que se usaron para desmembrar los cadáveres.
Los dos hombres no tuvieron más remedio que confesar su crimen y finalmente fueron quemados vivos dentro de jaulas de hierro.
Sus puestos, sus negocios, fueron destruidos y hoy en día está el garaje de los policías motorizados de la ciudad. Todo lo que quedó como vestigio de aquel teatro del horror es una piedra en el fondo que sería el resto de aquella sobre la que cortaba los cuerpos el pastelero del horror.
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