Adaptacion Erika Gc
Esta leyenda es una de las más escabrosas y populares en Puebla, famosa ciudad de México, muy conocida por su mole y sus numerosas historias. Corría la década de los 30 y gobernaba en la urbe el alcalde Maximino Ávila Camacho, hombre oriundo del Barrio de Xonaca, donde vivía con su esposa y sus dos hijos.
Los chiquillos, un niño y una niña que no se llevaban demasiados años entre sí, eran muy alegres y curiosos. Constantemente estaban jugando en las calles y ya todos los vecinos los conocían, porque siempre andaban juntos. En aquel entonces los padres no se angustiaban tanto como hoy en día; era normal que los chicos jugaran fuera de casa hasta tarde, ya que los niveles de delincuencia no eran tan altos como en la actualidad.
El caso es que un día, los hijos del gobernador no regresaron a casa. Preocupado, su padre salió a buscarlos, pensando que tal vez se habían entretenido con algo por los alrededores.
Pero de ellos no había ni rastro.
Preguntó a los vecinos y recorrió las calles del barrio una y otra vez, sin que nadie pudiera darle razón de donde se encontraban los niños. La última vez que se les había visto, los pequeños caminaban bajo la lluvia, tomados de la mano. Reían como siempre.
A esas alturas, tanto el gobernador como las familias del vecindario estaban desesperados, pensando que que algo malo les había ocurrido. Los otros padres temían por la seguridad de sus hijos.
Se ordenó llevar a cabo una búsqueda por toda la ciudad y más allá, en vano. Nadie nunca volvió a ver a los niños. Y cuando ya todas sus esperanzas se habían agotado, el alcalde ordenó cesar con todos los esfuerzos. Poco después se los daba por muertos.
Desolado, Maximino ordenó hacer dos enormes muñecos, iguales a sus hijos. Se los colocó en el pozo principal del barrio, desde el cual todos los habitantes obtenían el agua que consumían a diario. Siempre había sido uno de los lugares preferidos de los niños para jugar. Desde entonces se refirieron al mismo como la «Fuente de los Muñecos» y poco después, cosas extrañas comenzaron a ocurrir.
Algunos vecinos aseguraban que escuchaban risas infantiles por las noches, las cuales les helaban la sangre. Y es que de no ser porque todos sabían sobre la desaparición de los chicos del gobernador, muchos jurarían que eran ellos y que habían regresado para ponerles los pelos de punta.
Otros aseguraban que habían visto a los muñecos moverse de su lugar. Por las mañanas los encontraban en su sitio, con las rodillas raspadas y los zapatitos muy sucios, como si hubieran regresado de ir a jugar.
Por mucho tiempo la fuente se convirtió en el centro de las habladurías y los rumores que recorrían el Barrio de Xonaca, incluso después de la muerte del alcalde. Aun hoy en día se dice que los muñecos se mueven por las noches, que ríen y corren, para divertirse como hacían cuando eran humanos.