La Ogresa de la Roma

A lo largo de los años, la Ciudad de México ha visto ocurrir por sus calles todo tipo de historias, algunas tan conmovedoras como memorables, pero otras tan oscuras y macabras, que difícilmente podrán borrarse de su memoria, por más que pasen los años. Durante la década de los años 30 se dieron a conocer una serie de crímenes que cambiarían la vida de sus habitantes para siempre, y darían vida a una tenebrosa leyenda: la de la Ogresa que habitaba en la famosa colonia Roma.
Felícitas Sánchez Aguillón era una mujer originaria del estado mexicano de Veracruz. Cuando concluyó con sus estudios de enfermería, Felícitas se casó con Carlos Conde, un hombre con el que tendría un matrimonio tormentonso.
En 1930, la enfermera se separó y emigró hasta la Ciudad de México, donde se inició en el repugnante negocio del tráfico de menores. En aquel tiempo, muchas madres solteras e incapaces de mantener a sus hijos, se citaban con ella para regalarle a sus bebés. Felícitas los vendía entonces a parejas adineradas que eran incapaces de procrear sus propios hijos.
Este nuevo modus vivendi le permitió acumular tanta riqueza, que poco después la mujer se trasladó a un amplio departamento en la colonia Roma, una de las más populares de la capital. Allí, compartía la vivienda con otra mujer trabajadora, a la cual solo veía por las noches. Esto le concedió la oportunidad ideal para dar rienda suelta a sus atrocidades, empleándose como partera. Normalmente, Felícitas atendía a las señoritas de buena familia que se quedaban embarazadas y no querían tener a sus bebés.
Ellas le pagaban generosamente por sus servicios, al ayudarla a interrumpir sus embarazados. Sin embargo, no se podían imaginar que lo que hacía esa mujer era mucho peor que los abortos clandestinos.
Un día, los vecinos de Felícitas notaron que algo extraño ocurría con las cañerías. El agua se estancaban con demasiada frecuencia, y un olor pestilente salía desde el apartamento de la partera. Francisco Páez, dueño de una tienda de comestibles que se encontraba en el primer piso del edificio donde vivía, llamó a los plomeros para que destaparan la alcantarilla.
Lo que encontraron dentro los dejó helados.
Había en el interior una masa de carne, sangre y materiales como gasas y algodones, detrás de la cual se ocultaba un diminuto cráneo humano. De inmediato, las autoridades sospecharon y entraron por la fuerza en la casa de Felícitas, solo para descubrir que ella había escapado.
En su piso encontraron ropa de bebé, huesos humanos, velas, agujas y múltiples fotografías de niños a los cuales había asesinado, acuchillándolos y descuartizándolos para acto seguido, tirar sus desechos por el drenaje. Tal había sido el destino de decenas de bebés y niños pequeños, a los cuales no había podido lograr vender como antaño.
A partir del descubrimiento de estos crímenes tan horrendos, a Felícitas se la conoció como «la Ogresa de la Roma», una de las mujeres más sádicas y perturbadoras que han existido en México y América Latina.

 

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