Durante los años 50, todavía era muy común ver ferrocarriles en la mayor parte de los estados de México, siendo el transporte más eficaz por aquel entonces. La historia que vamos a contar ocurre en el poblado de Nazareno, Durango, justo por el cual atravesaba uno de estos trenes. Dicen que por aquel entonces, había un hombre que además de vivir en un carro vagón, trabajaba efectuando los cambios de vía para el Ferrocarril Central Mexicano, que era el que pasaba por ahí.
Un día este sujeto fue invitado a una boda. Antes, por esos lugares se tenía la costumbre de que los novios se casaran bien temprano por la mañana, para que la fiesta se extendiera a lo largo del día. Amigos y familiares se reunían para desayunar, comer y cenar con cerveza, mezcal y diversas delicias gastronómicas según la región.
El hombre del ferrocarril siempre cumplía con su trabajo, eso era cierto, pero por desgracia también era muy vicioso.
Así que el día de la boda se levantó muy temprano y no bien concluyó la ceremonia de casamiento, se dispuso a comer y a beber como si no hubiera un mañana. Todos los invitados bailaban y se la pasaban en grande, por lo cual su comportamiento pasó desapercibido.
De pronto, al caer la noche, se acordó de que a las once tenía que hacer el siguiente cambio de vía. Borracho y tambaleante, se dirigió hasta las vías del ferrocarril para cumplir con su trabajo, pensando que ahí mismo podría dormir un rato hasta el siguiente cambio, que era a las seis de la mañana. Tan pronto como concluyera con dicho turno, podría volver a la boda para seguir festejando con los novios y los demás, además de disfrutar de un buen desayuno.
En esto estaba pensando mientras movía las palancas correspondientes y entonces, vencido por el sueño y la ebriedad, se tumbó a un lado de la vía, sin darse cuenta de que había dejado la cabeza apoyada en uno de los rieles.
Un pitido lejano anunció la llegada del tren, pero el hombre ni se inmutó. Tampoco se percató de como el ferrocarril le cercenaba la cabeza limpiamente, al pasar a toda velocidad entre las vías. Su cuerpo se quedó inmóvil y decapitado en medio de aquel paraje y su cabeza, ensangrentada, fue a parar hasta el otro lado.
Nadie se dio cuenta sino hasta varias horas después de que saliera el sol.
Las autoridades mandaron a retirar el cuerpo de inmediato, pero el espíritu del hombre permaneció allí, ligado por la eternidad a esas vías de ferrocarril en las que por largos años había trabajado.
Aun hoy, muchas personas de Nazareno afirman que se le puede ver caminando a altas horas de la madrugada sobre las mismas. Su silueta es escalofriante, pues no tiene cabeza. Esta la sostiene con ambos brazos mientras anda a paso ligero. Y quienes se han llegado a topar con la aparición aseguran que sus ojos son tan penetrantes, que hielan la sangre con una sola mirada.