EL PACTO CON DIANA.

 

Un día, cuando yo era pequeña, mi padre desapareció sin dejar rastro. Poco después la policía encontró un cadáver flotando en el río y, pensando erróneamente que se trataba de mi padre, llamaron a mi madre para que fuera a identificarlo.

Mientras ella estaba en la morgue, yo me quedé en una sala de la comisaría, triste y sola entre personas serias e indiferentes. Entonces una niña muy guapa que estaba leyendo un libro en el banco de enfrente se levantó, se acercó a mí con una sonrisa en su rostro y me regaló su libro, una novela de Agatha Christie. Al dármelo me dijo con una voz muy dulce, pero también bastante triste:

-Ahora aún eres demasiado pequeña, pero espero que algún día, cuando seas mayor, este libro te haga feliz.

Yo me quedé tan sorprendida que en aquel momento ni siquiera acerté a darle las gracias. Cuando quise hacerlo, ella ya no estaba allí. Pensé que a lo mejor se había ido al baño y que volvería pronto, pero me equivocaba.

Cuando vino mi madre y me dijo que podíamos volver a casa, aquella niña aún no había vuelto y, salvo yo, nadie parecía echarla de menos.

Nos fuimos a casa y pocos días después tuvimos que marcharnos a Galicia, de donde era oriunda mi madre, pues sin el sueldo de mi padre no podíamos seguir viviendo en Madrid.

Pasaron los años y la desaparición de mi padre siguió envuelta en el misterio. Yo aún conservaba aquel libro, pero nunca lo había leído y apenas me acordaba de él.

Leer también:  Embarazo

Cuando tenía catorce años, la profesora de lengua nos mandó a mi amiga Lara y a mí hacer un trabajo sobre Cuentos, Relatos, Mitos y leyendas urbanas. Nos recomendó que, en vez de buscar información en cualquier página de Internet, leyéramos un libro escrito por un periodista japonés. Lo pedí prestado en la biblioteca del instituto y empecé a leerlo aquella misma tarde. Según su autor, solo existía una leyenda urbana que podía tener una base real. Su protagonista era Diana, un fantasma o demonio femenino que se aparecía en tus sueños para proponerte un pacto.
Si lo aceptabas, ella haría desaparecer a alguien a quien odiases, pero a cambio algún día vendría a buscarte, para llevarse tu alma al Infierno.
En un capítulo del libro ponía que Diana se presentaba bajo el aspecto de una niña sumamente hermosa, lo cual me hizo pensar en la chica misteriosa de la comisaría. Entonces fui a mi cuarto y busqué el libro que ella me había regalado. Cuando lo encontré lo abrí al azar y, para mi sorpresa, lo que se leía allí no formaba parte del texto de la novela, sino que era un mensaje dirigido a mí. Ponía:

“Eva, soy papá. Si quieres conocer la verdad, debes hacer una pregunta en voz alta y después pasar a la página siguiente, donde hallarás la respuesta.”

Yo, aunque estaba muy asustada, conseguí decir:

-Papá, ¿dónde estás?

Pasé a la página siguiente y leí:

“Estoy muerto. Diana me llevó al Más Allá, tal como le había pedido una persona que me odiaba y que ahora también está muerta. Pero tuvo un gesto de bondad conmigo: te entregó este libro, para que a través de él algún día pudiera despedirme de ti.”

Leer también:  Gatos en bolsas

-Si ella es buena, ¿por qué hace cosa tan malas?

Nuevo cambio de página:

“Diana solo es un instrumento de la maldad humana. Y ahora mismo esa maldad acecha muy cerca de ti. Si quieres evitar un acto terrible, debes ir ahora mismo a casa de tu amiga Lara.”

-¿No puedes decirme nada más?
¿Volveré a verte algún día?

En la página siguiente no había más mensajes para mí, solo el texto de la novela (aunque, casualmente, la primera palabra de aquella página era un “no”). Volví atrás y vi que todos los mensajes habían desaparecido. Pensé que quizás había sufrido una alucinación, pero, de todas formas, fui a ver a Lara.

Cuando llegué a su casa, llamé al timbre, pero nadie me abrió la puerta. Como aquello no era normal, decidí entrar en el jardín saltando una valla. Entonces vi, aterrorizada, que Juan, el padrastro de Lara, estaba intentando ahogarla en la piscina.
Al parecer, estaban bañándose tranquilamente cuando Lara, que ya había leído el libro del periodista japonés, vio que su padrastro tenía la marca de quienes han pactado con Diana. Y así supo cuál había sido el destino de su madre, desaparecida varios años antes. Él, sabiéndose descubierto, intentó asesinar a Lara para silenciarla.

Yo logré separarlos, pero Juan me arrojó al suelo de un empujón e intentó matarme con unas tijeras de podar. Ya estaba a punto de clavármelas cuando vio algo que lo asustó. Al intentar huir resbaló en las baldosas húmedas y cayó al suelo, clavándose la punta de las tijeras en el corazón. Yo no fui capaz de ver cómo moría y volví la cabeza asustada. Entonces vi en medio del jardín a Diana, que no había cambiado nada desde nuestro primer encuentro.

Leer también:  El astronauta fantasma

Sobreponiéndome al miedo, me atreví a preguntarle:

-¡Diana! ¿Viniste aquí para ayudarnos o solo para cobrarte tu deuda?

Ella no respondió y me miró con ojos tristes, como pidiéndome perdón por lo que le había hecho a mi padre. Yo sonreí y le dije:

-Sea como sea, muchas gracias por todo.

Creo que ella me devolvió la sonrisa, pero no puedo asegurarlo, porque entonces se desvaneció en el aire y no volví a verla nunca más.

Autor: desconocido.

Deja un comentario